Autopercepción || distorción

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No recuerdo un día en el que me haya sentido a gusto conmigo. Todos mis recuerdos son mirándome al espejo, memorizando cada una de mis imperfecciones. De mi adolescencia no tengo fotos, me daba vergüenza que la gente me vea a través de una pantalla; solo quedan algunas fotos de mis quince años perdidas en el perfil de Facebook de mi mamá, que me tome el tiempo de que por lo menos ese álbum esté en privado para que solo la gente más cercana pueda ver.

Mi autopercepción está distorsionada desde el día que el primer chico que me gustó me confirmó que yo no era lo suficientemente linda como para que siquiera me diera una chance. Todavía me lo cruzo cuando me subo a la línea 3 del colectivo de la ciudad. Ya no me genera nada, él sabe quién soy, y yo sé quién es. Cruzamos miradas y seguimos nuestros caminos. A mi yo de 12 años todavía le gusta, y cuando me lo crucé en una de las últimas fiestas a la que fui, hizo lo posible para que después de 10 años entienda que realmente nunca tuve chance con él. Se besó con la única amiga con la que había ido a la fiesta, dejándome en un rincón apartado, expectante. Sinceramente, no me generó nada, un poco de rechazo al ver que nunca maduró.

A mi cumpleaños de quince fui con muy pocas ganas. Nunca me gustó mucho ser el centro de atención, y una fiesta entera dedicada solo a mi, me parecía un montón. En realidad era el sueño de mi vieja que un año antes me compró el vestido por Aliexpress y desde el momento en que llegó a mi casa entendí que ese año era para dedicárselo a la fiesta. El 2014 me lo pasé haciendo grullas en origami, grandes, medianas, chiquitas y minúsculas, todo sea para la decoración. No. Todo sea para cumplir la leyenda de las 1000 grullas. La leyenda concluye en que si se llegan a las mil grullas de origami, se le concede un deseo a la persona que las hizo. Todas las grullas estaban en display en la decoración del salón donde fue la fiesta. Pedí dos cosas: irme a vivir a Estados Unidos y ser más linda, o aunque sea sentirme bien en mi piel. Diez años después te puedo asegurar que solo se me cumplió uno de los dos deseos. Capaz tendría que haber hecho dos mil.

Pasaron tantas cosas en diez años, dentro de los cuales un año lo gasté en un novio que tuve. Terminar la relación no me generó nada, al tercer mes de estar juntos ya sabía que no quería estar con él. Catorce fueron los meses que me llevó armarme de coraje para decírselo.

Como comenté antes, me fui a vivir a Estados Unidos, apenas cumplí 20 me escapé por dos años. Elegí el peor momento, 2 de febrero de 2020, a cinco semanas de empezar la pandemia.

En ningún momento dejé de sentirme fea. Horrible. Incluso aún mientras escribo esto.

Pero veo esa foto (foto de portada), me acuerdo de un poquito más atrás, me acuerdo de mi niñez y de cómo veía a las chicas de 25 años caminar en zapatos altos, con carteras colgándoles del brazo, con el pelo teñido, aros, yendo a estudiar o volviendo de alguna clase, sacando fotos, vistiéndose como quisieran y con un montón de amigas apoyándose mutuamente.

En esa foto estoy soñando con una mujer. Una mujer que trabaja y estudia y escribe, todo al mismo tiempo; que hace lo que le gusta y lo que tiene ganas; que si el chico que le gustaba en su adolescencia se besa con su amiga, la felicita y sigue de fiesta; que si tuvo que crecer de golpe, lejos de su familia, de su casa, de su gente, fue por algo, tiempo al tiempo dicen por ahí. En esa foto estoy soñando con la mujer en que me convertí, a esa niña le debo mis sueños.

Tanto me queda por vivir, nadie está seguro del destino ni de lo que se viene. Hacer planes a futuro no es para mí, pero ponerse objetivos basados en sueños de la niñez es algo importantísimo para sentirse feliz y suficiente. Nuestro peor crítico es uno mismo, pero si lo hacemos feliz no va a haber nada malo que pueda decir

Self titledDonde viven las historias. Descúbrelo ahora