III: Efecto Doppler

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«Sobreviviste a tu papel de árbol número tres en la obra de primer grado, puedes sobrevivir a esto».


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Después de su caótica primera clase, y aquel extraordinariamente inusual y desastroso encuentro con Jeon Jungkook, Seowoo había esperado que las cosas se calmaran un poco al entrar al aséptico y sobrio laboratorio de Biología.

Sin embargo, mientras el profesor Cho Jinhyeok comenzaba a explicar la reacción en cadena de la polimerasa, Seowoo se dio cuenta de que las probabilidades de que su día volviera a la normalidad eran tan remotas como la de una burbuja sobreviviendo a una tormenta, especialmente con el perfume de Hyerin envolviéndola en una cortina casi asfixiante.

Sus manos, ligeramente temblorosas, jugueteaban nerviosamente con el borde de su cuaderno, doblando y desdoblando la esquina de una página mientras intentaba distraerse de los incesantes murmullos de sus compañeros.

El zumbido constante de las voces a sus espaldas se asemejaba al ruido inquietante de una colmena de avispas, llenando el ambiente con una presión molesta que no podía ignorar.

Aunque los murmullos eran lo suficientemente bajos para que el profesor Cho no se percatara de ellos —aunque claro, el que el hombre necesitara cambiar las pilas a su aparato para la sordera influía mucho—, eran lo suficientemente altos como para que algunas frases sueltas llegaran hasta los oídos de Seowoo. Cada una más mortificante que la anterior.


"...Jeon Jungkook, el presidente de..."


"...y dicen que se quedó embobado mirándola..."


"...pero la otra chica, ¿Quién... no, ni siquiera sabía que compartíamos clase..."


"¿Entonces es verdad que conoce a la chica nueva? ¿No crees que..."


"...pues yo creo que está loca... ¿escuchaste cómo le habló?..."


"...fue graciosísimo, debiste verlo..."


Seowoo se encogió en su asiento, con la mirada fija en su cuaderno. Intentando ignorar las miradas curiosas y las risas ahogadas. Su rostro, normalmente pálido, ahora tenía un ligero tinte rosado, producto de la vergüenza y la incomodidad.

Era dolorosamente consciente de que el incidente del pasillo era la comidilla no solo del salón, sino probablemente de toda la escuela. No era estúpida; sabía cómo funcionaban las cosas en Haeyang, y eso solo aumentaba su inquietud.

A pesar de su tamaño y su matrícula de más de mil estudiantes, los chismes en la preparatoria Haeyang se propagaban a una velocidad alarmante, como si las paredes tuvieran oídos y los casilleros fueran cajas de resonancia para los secretos y cotilleos. La rutina de los estudiantes, que incluía largas jornadas de clases y academias especializadas, hacía que cualquier distracción, como un jugoso chisme, fuera especialmente atractiva.

CEDENTE | j.jkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora