Κεφάλαιο έβδομο

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Era una lástima que Draco hubiera logrado evitar que ella pujara más alto por la cadena de hoteles recientemente adquirida. Para ella, poseer esa cadena no significaba en realidad nada, pero podía llegar a ser un excelente anzuelo con que cazarlo a él, ya que en tanto lo valoraba. ¿Por qué quería comprarlo? Eso. Lucretia, era incapaz de comprenderlo. Lo cierto era que, en muchos sentidos, Lucretia no alcanzaba a comprender a Draco, pero esa era una de las razones por las que le resultaba tan atractivo. Lucretia siempre se había empeñado en tener aquello que estaba fuera de su alcance.

La primera vez que se dio cuenta de que deseaba a Draco había sido cuando él tenía quince años y ella estaba a punto de casarse. Lucretia sonrió solo de recordarlo. Con quince años, aunque todavía un niño, Draco era tan alto como un hombre, tenía un cuerpo perfecto y un rostro increíblemente bien parecido. Solo de mirarlo se había derretido. Lucretia había hecho todo cuanto estaba en su mano para seducirlo, pero él había logrado resistírsele y, después, en el plazo de un mes, aún a sabiendas de que seguía deseándolo, ella se había casado con otro.

Con veintidós años no se podía decir que fuera una novia joven, según los cánones griegos. Por eso había perseguido insistentemente a su futuro marido. Él era diez años mayor que ella, e inmensamente rico. Juntos habían jugado al perro y al gato durante un año hasta que, por fin, él había recapitulado. Lucretia jamás habría cedido tras una lucha tan larga y ardua, ni siquiera a causa de su pasión por Draco que, al fin y al cabo, era solo un niño.

Pero entonces el azar, el destino había intervenido. Su marido murió repentinamente y ella se quedó viuda. Era una viuda multimillonaria y muy sedienta de sexo. Y, por fin, Draco se había convertido en un hombre. ¡Y qué hombre!

Lo único que los separaba era el orgullo de Draco. Tenía que ser eso. ¿Qué otras razones podía tener él para resistirse a sus encantos?

La limusina se detuvo frente al bloque de apartamentos y Lucretia se miró al espejo del Rolls

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La limusina se detuvo frente al bloque de apartamentos y Lucretia se miró al espejo del Rolls. La operación de cirugía estética que se había hecho el año pasado para alisarse la piel y deshacerse de la grasa sobrante bien valía el precio que había pagado. Podía pasar perfectamente por una mujer de treinta años. Llevaba el pelo moreno cortado a la última moda en la mejor de las peluquerías, el cutis brillante e hidratado con los productos más caros, el maquillaje perfecto e inmaculado, destacando sus ojos negros, y las uñas de los pies y manos brillantes con pintauñas rojo oscuro. Una sonrisa de satisfacción curvó sus labios. No, era imposible que un simple chico de oficina, un muchachito del que, oficialmente, se había enamorado durante las negociaciones para la compra de la cadena de hoteles, pudiera competir con ella. La expresión de los ojos de Lucretia se hizo más severa. Ese chico, quien quiera que fuese, comprendería pronto el error que había cometido tratando de reclamar al hombre que ella deseaba. Un tremendo error.

Lucretia salió de la limusina dejando tras ella el rastro del perfume que ordenaba preparar en París única y exclusivamente para ella, un perfume denso, pesado, con un aura sexy a musgo. Sus hijas, ya adolescentes, lo detestaban, le rogaban constantemente que cambiara de perfume, pero Lucretia no tenía ninguna intención de hacerlo. Aquella fragancia era como su firma, la esencia de sí misma como mujer. El aburrido novio de Draco, indudablemente, llevaría insípida agua de lavanda.

Prometido Temporal - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora