κεφάλαιο δέκατο

257 54 4
                                    

Harry miró de reojo a Draco y después, por la ventanilla de la avioneta, contempló el azul del mar Egeo. Nada más encontrarse en el aeropuerto él se había mostrado tenso, preocupado, ni siquiera le había preguntado por su visita turística por la ciudad. Durante el vuelo a casa de su familia estaba cada vez más nervioso. Finalmente, más por cortesía que por otra cosa, le preguntó:

— ¿Ocurre algo malo? No pareces muy contento.

De inmediato Draco frunció el ceño. Lo miró severamente, y dijo:

— ¿Es que estás practicando tu papel de novio dulce y devoto? Si lo que quieres es una extra, puedes estar tranquilo.

Ante aquella respuesta, Harry sintió de nuevo su inicial hostilidad hacia él.

—Yo no soy como tú, no lo hago todo por dinero. Solo quería saber si ha ido bien tu entrevista.

— ¿Tú?, ¿preocupado por mí? Solo estás aquí por una razón, Harry, y los dos sabemos muy bien cuál es.

¿Qué esperaba Draco?, se preguntó Harry reprimiendo una respuesta insolente. Después de todo había sido él quien le había hecho chantaje, quien lo utilizaba en su propio beneficio. Se había formado una mala opinión de su persona, lo había juzgado sin darle siquiera la oportunidad de explicarse, y, no obstante, seguía convencido de que él era superior, de que ocupaba un lugar más elevado que él en la escala moral de valores. ¿Cómo diablos había podido sentir ninguna simpatía por un hombre así? Lucretia y él estaban hechos el uno para el otro, se dijo impulsivamente.

Sin embargo, reflexionando sobre ello, Harry se dio cuenta, inmediatamente, de que no era justo. Draco podía haber hecho y dicho cosas terribles, pero era un hombre con corazón, un hombre apasionado. Lucretia, en cambio, era fría como una roca. Sí, era un hombre muy apasionado, recapacitó recordando el beso y estremeciéndose. A pesar de haber sido un beso fingido, a pesar de haberlo hecho única y exclusivamente para que Lucretia lo viera, Draco lo había hecho sentirse unido a él a un nivel muy íntimo, personal. Tanto, de hecho, que incluso en ese momento, si cerraba los ojos y se dejaba llevar por la imaginación, podía sentir la presión cálida de sus labios.

—Pues la verdad es que no, no me ha ido bien—continuó Draco. Harry abrió los ojos atónito ante aquella confesión—. Para empezar, ni siquiera he conseguido ver a mi abuelo. No ha aparecido. No tenía nada más que hacer o, al menos, nada importante, según creo, pero no se ha molestado siquiera en avisarme, y menos aún en darme una explicación. He estado esperándolo durante media hora. Sí se ha molestado, en cambio, en transmitirme un mensaje: dice que sigue sin estar contento conmigo.

— ¿Por mi culpa... nuestra culpa? —preguntó Harry vacilante.

—Mi abuelo sabe que yo no puedo casarme en absoluto con una persona a la que no quiero; él se casó por amor, igual que mis padres, aunque mi madre tuvo que amenazarlo con huir con mi padre para conseguir su aprobación. Cuando mi padre murió, mi abuelo admitió por fin que lo admiraba. Era topógrafo, y siempre mantuvo su independencia de mi abuelo.

—Debes echarlo mucho de menos—comentó Harry.

—Yo tenía quince años cuando murió, y de eso hace ya mucho tiempo. Además, a diferencia de ti, al menos tengo el consuelo de saber que me quería.

Al principio Harry creyó que el comentario de Draco había sido deliberado, que lo había hecho para herirlo. De inmediato se puso tenso. Sin embargo, cuando él tomó inesperadamente una de sus manos, comprendió que lo había malinterpretado.

—El amor que me dio mi abuela cubrió con creces la falta de amor de mis padres— aseguró con convicción.

La mano de Draco seguía sobre la suya, sobre sus dos manos. Al mirarlas, Harry volvió a sentir, en lo más hondo de su ser, el mismo estremecimiento que había sentido al principio. Sus dedos eran largos, blanquecinos, sus uñas estaban bien arregladas, pero sin exageración. Aquellas manos eran lo suficientemente grandes como para cubrir por entero las suyas sin el menor esfuerzo. Aquel era el tipo de mano que transmitía seguridad, el tipo de mano capaz de hacerlo comprender que él podría cuidar de su propia familia. Draco era de esos hombres que sabrían procurar seguridad y bienestar a su pareja y a sus hijos, mantenerlos a salvo.

Prometido Temporal - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora