Franco, un chico de 17 años, aparenta ser como cualquier otro adolescente a los ojos del mundo exterior. Sin embargo, lo que la gente no sabe es que Farfa carga consigo traumas profundos, marcados por un pasado oscuro. Desde una edad temprana, sus padres ejercieron una presión desmedida sobre él, llegando incluso a recurrir a la violencia física por errores tan simples como no poder pronunciar la letra "R" a los 5 años. Para sus padres, la perfección era la única opción, pero Farfa, con su espíritu rebelde, se resistía a seguir las reglas impuestas por ellos.
Estos eventos dejaron una marca indeleble en la psique de Farfa. El mero acto de alguien levantando la voz a su alrededor era suficiente para desencadenar una reacción de miedo instintivo, llevándolo a cubrirse los oídos y a experimentar una sensación de terror que perduraba todo el día. Con una infancia marcada por la opresión y el miedo, Farfa tuvo dificultades para formar conexiones sociales sólidas, lo que lo llevó a desarrollar apegos emocionales intensos a aquellos pocos amigos que logró hacer.
A medida que crecía, Farfa experimentó el amor en dos ocasiones, pero sus relaciones se vieron afectadas por su actitud posesiva, producto de su necesidad desesperada de seguridad y afecto. Sus parejas, al igual que sus amigos, eventualmente se cansaron de esta dinámica, dejando a Farfa sintiéndose aún más perdido y desconsolado.
Con el comienzo de la enseñanza media a los 16 años, Farfa finalmente buscó ayuda profesional al acudir al psicólogo de la escuela. A través de sesiones terapéuticas, comenzó a desentrañar los nudos de sus traumas y a trabajar en su salud mental. Aunque el camino hacia la curación era largo y desafiante, Farfa experimentó mejoras gradualmente, encontrando un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que lo había consumido durante tanto tiempo.
Ricardo, de 17 años al igual que Franco, tuvo una infancia relativamente normal, marcada por el amor y la calidez de sus padres. Aunque eran amorosos y comprensivos, también sabían imponer límites cuando era necesario, especialmente en lo que respecta a las relaciones románticas, donde mostraban una actitud más estricta debido a preocupaciones por la salud mental de su hijo. A pesar de esto, Ricardo desarrolló desde joven una intensidad y obsesión por el amor que lo llevaba a entregarse por completo a sus parejas, dedicándoles poemas, canciones y costosos obsequios, lo que a menudo era bien recibido por ellas.
A lo largo de su adolescencia, Ricardo se mantuvo soltero debido a las restricciones impuestas por sus padres, lo que le permitió enfocarse en sus estudios, amistades y disfrutar de la vida social sin ataduras sentimentales. Sin embargo, todo cambió cuando ingresó a una nueva escuela en primer año de enseñanza media.
En su segundo día de clases, Ricardo conoció al chico que se convertiría en su amor platónico durante los siguientes cuatro años. Para él, este chico era la personificación de la perfección, con sus ojos brillantes y serenos, sus labios tentadores que anhelaba besar con ternura y pasión, y su cabello azabache que deseaba acariciar mientras compartían confidencias.
Aunque algunas peculiaridades del chico lo desconcertaban, como sus colmillos afilados y su tendencia a mantener la boca oculta en lugares con poca luz, Ricardo las encontraba encantadoras y únicas, lo que aumentaba aún más su fascinación por él. Aunque desconocía gran parte del pasado de Franco, Ricardo anhelaba un futuro juntos, compartiendo sueños y aventuras.
Una de las formas en que Ricardo demostraba su amor por su "amorcito" era utilizando su influencia como miembro del consejo de alumnos para sacarlo de detenciones y castigos. Al pasar mucho tiempo en la oficina del director, Franco se beneficiaba de esta intervención, lo que fortalecía el vínculo entre ellos y alimentaba la esperanza de un futuro compartido lleno de amor y complicidad.