Tu voz.

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Eran las cuatro de la mañana de la séptima noche en la que yo huí,
tu voz rota sonó desde el teléfono
y me dijiste que ya no podías más.
Las tormentas se impregnaban entre tus brazos y los demonios en tu cabeza.
Lloré, lloré y lloré.
Cariño, tu muy bien sabías que eres y serás el mayor dolor de mi vida y ahora faltaba poco para caer.
Aquí vamos otra vez.

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