La seducción del Violín

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Estoy escuchando esa melodía...

Es dulce, delicada, melancólica y sensual...

Son las cuerdas del violín que hacen ese maravilloso sonido hipnotizado mis sentidos...

Cada medio día cerca de la iglesia hay una joven. Esta chica toca cada domingo una melodía que desconozco, pero no me hacia falta saber de música para darme cuenta que era una pieza hermosa.

Siempre quise admirarla tocar entre la multitud que la rodeaba, pero nunca he visto su rostro, siempre la veo de espaldas mientras danzaba sintiendo su propia música.

Mis padres no parecían interesarle el espectáculo musical a diferencia de mí que, muchas veces, dejaba de caminar solo para verla un rato más. Un día después de la predicacion y el sermón le pregunté a mi madre sobre sus pensamientos con respecto a la artista callejera que tocaba ese violín a la hora que terminaban las oraciones.

Su rostros se arrugó en disgusto.

— Es una desvergonzada. Una dama no debería rebajarse a ese nivel... Además, su música exuda una innecesaria melancolía y laxibidad. Que inapropiado, es como si con solo una mirada fuera a seducirte... —

Eso me respondió, me partió el corazón y sentí mucha pena. Casi quería defenderla, pero recordé que nunca he cruzado una palabra con ella y la admiración no era suficiente para justificar mi defensa. Ella no dejo de tocar cada domingo y yo de escucharla.

Un día, me escape de mis padre con la escusa de que olvidé mi billetera dentro de la iglesia, ya que no la "encontré". Ellos me creyeron de inmediato, me sentí muy culpable, nunca les he mentido pero fue suficiente para que siguieran su camino y yo regresara a ese parque. Así tenía unos minutos para escuchar tan triste melodía y ver por fin a la joven.

Mi sorpresa fue notoria cuando divisé unos ondulados cabellos negros  recogidos y una tez levemente bronceada por el sol. Su rostro redondo me resultó enternecedor de a la vez que sus labios rosados sonreían al tocar con tanta pasión el intrumento musical.

Me quede sin aliento...

El corazón latió rápido al verla danzar en su lugar con la música arrugando su ceño para sentirla aún más adento de ella misma, perdiéndose en su propia magia. Era la imagen más etérea que había visto en mi vida, los cabellos rebeldes que se escapaban de su trenza contrastaban con su mejillas y el sudor empezaba a correr de su cuello a los numerosos collares negros que colgaba. Su vestido danzaba con ligereza sobre su rodillas con el vaivén de las vrisas otoñales, sus dedos finos se movian ágiles y su muñeca con elegancia hacia resonar el arco contra las cuerdas. Y por último sus piernas... sus piernas de gacela forradas de negro danzaban sutilmente en su lugar con un balls inventado. Todo de ella era hermoso y efímero, sentía que el mínimo ruido podía romper el hechizo que la mantenía ahí presente ante mí y al resto de expestadores.

Deseaba ver esto siempre que deseara, pero sabía que iba a tener pocas oportunidades... así que, callé. Me deleité con su imagen y mellifluo a que terminara la pieza para romper el encantamiento y sentirme menos culpable de irme antes de que terminara.

Con su última nota paró en seco y alzó por primera vez su mirada. Se miro un profundo color verde olivo, tan siniestro como la selva llena de peligros mortales, indomables. Sus ojos eran mi perdición, sentían que me llamaban a su trampa e inyectarme con su veneno tan embriagante.

Palidecí cuando nuestras miradas se conectaron, el frondoso Amazonas de sus ojos se suaviza al divisar mi mirada marrón y sin previo aviso sonrió... era la sonrisa más encantadora y muerta que había visto en mi vida. Lucía tan cansada, pero fuerte... a pesar de eso, mi corazón se calentó con su coraje y empezó a recibir las propinas de las personas con alabanzas.

Yo me acerqué a ella y dejé 50 dólares sin pensarlo mucho, sus ojos salvajes ahora se abrían con sorpresa y antes que sus peligrosos labios se abrieran para dirigirme la palabra, me alejé.

Mi corazón me pedía a gritos que regresara, pero mi razón me prevenía de cualquier tontería. Aún así, quería verla cada domingo luego de cada sermón para fantasear con su figura tocando el violín solo para mí.

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