Capítulo 2

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OLIVER


Ya era de mañana y mi cabeza aún daba vueltas, el exceso de alcohol y mi, no tan fallido, intento de coqueteo seguía atormentándome la cabeza. Pero al parecer era el único preocupado en la casa, Mei dormía profundamente a pesar de que ya casi era medio día. Para mi mala suerte desperté a las seis, como todos los días. Maldito reloj interno.

Bajé las escaleras en busca de café y me encontré a la señora Allen leyendo un libro.

—Buenos días, Oliver, habías demorado en bajar —sonrió mientras me ofrecía mi tan anhelada taza de café.

Me senté frente a ella mientras le daba un sorbo a la taza, estaba algo amargo para mí gusto.

—¿Azúcar? —preguntó mientras extendía un pequeño frasco, tomé un poco y le puse al café— Dime, ¿Tan mala estuvo la noche?

—Me pasé de alcohol, podría decirse —dije algo avergonzado.

—Entiendo —hizo una pausa—, pronto lo olvidarás, además, estoy segura de que la otra persona no recuerda lo que pasó ayer —lo que pasó ayer... espera, ¿Cómo lo sabía?

—¿Cómo lo sabe? —podía sentir el calor acumularse en mis mejillas.

—Solo era una suposición, pero veo que acerté —dijo entre risas—. Yo también pasé por eso a tu edad, Oliv.

Después de esa pequeña charla la señora Allen se ofreció a llevarme a la residencia ya que Mei seguía durmiendo, cosa que ya empezaba a preocuparme, ¿Seguía viva? Sin embargo, le dije que no, ya eran muchas molestias. Tomé un autobús y me fui. Al llegar hablé con el casero, el cual muy amablemente me recibió.

—Oliver Rousseau, ¿Cierto? —preguntó.

—Así es —le sonreí.

—Te estaba esperando, ya llegaron tus cosas, déjame llevarte a tu habitación.

El casero resultó ser bastante amable lo cuál fue un alivio. Ambos subimos un par de escaleras hasta llegar a mi habitación. No era tan grande, pero era del tamaño justo para dos personas. Dos camas con escritorios, una mini cocina, un baño, un área de labores y finalmente un pequeño balcón. ¡Nada mal!

Luego de ese pequeño tour por mi habitación, el hombre me dejó claro las reglas del lugar.

Regla número uno, nada de fiestas. Resultaba bastante sencillo ya que no era muy fanático de estas y creo que era bastante difícil hacer una en esa habitación tan pequeñita.

Regla número dos, nada de pijamadas con personas del sexo opuesto. Esta me causó bastante gracia, ¿Por qué invitaría a una chica a dormir? Mei sería la única y dudo que deje su cómoda habitación por mi duro colchón.

Y finalmente la regla número tres, nada de peleas. No tenía intenciones de pelear con mi compañero de habitación, así que todo estaba bien.

Bajé al primer piso para terminar el papeleo y recibir mis llaves. El hecho de haber conseguido esta habitación cerca de mi universidad y a un buen precio era toda una ganga para mí, además, si lograba llevarme bien con la persona que compartiría la habitación conmigo todo iría fenomenal.

Luego de que el casero me repitiera las reglas al menos unas tres veces más, subí. Al llegar acomodé mi bolso en mi escritorio y me acosté en la cama dispuesto a descansar, pero un gran estruendo que venía del baño seguido de un «¡Mierda!» llamó mi atención, ¿Mi compañero de habitación? Me levanté para avisarle que ya estaba aquí y de paso presentarme.

His LipsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora