4. (Des)enredarse.

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Gustabo siente que se volverá loco.

— ¡¿Pero qué cojones es todo este ruido?! —apoya ambos pies en la alfombra una vez entiende que ya lo está.

Su tono furioso se desvanece mientras camina desde la cama hasta la entrada de la habitación. Sus ojos se entrecierran aun cuando el sol lleva ya varias horas desaparecido, sin saber si se debe al agotamiento o a la agudeza que tuvo que mantener dxurante las horas de trabajo que lo dejaron sintiéndose irritado y sensible al bullicio.

Gustabo cree firmemente que su estrecha relación con el dueño de la morada le da el poder de expresar sus quejas. Por eso, en cuanto consigue desenredarse de los nudos que las sábanas le han esparcido por todo el cuerpo, Gustabo no pierde el tiempo y camina con confianza hacia el salón.

Se enfoca en las plantas de sus pies descalzos mientras se adhieren al piso de madera en un esfuerzo por mantener la compostura. A medida que la inesperada escena se desarrolla ante él, la fuerza que su columna vertebral necesita para presentarlo erguido se restaura por completo: allí, el superintendente Conway y el comisario Trucazo disfrutan de un juego de billar.

Gustabo logra frotarse los párpados antes de que la voz de Isidoro llame la atención de quienes deberían estar concentrados en las bolas de colores sobre la mesa.

Entonces, todas las miradas se posan en él.

— ¿Y este por qué coño va desnudo? —lleva tiempo sin escuchar a Conway tan despreocupado.

¿Qué?

—A lo mejor y le va esa movida, ¿sabes? —Freddy levanta el taco y frota la tiza contra la suela. Gustabo le echa un vistazo, los ojos como platos.

¿Desnudo?

Un silbido franquea su periferia y se adentra a lo más profundo de su tímpano derecho: —A buena hora sueltas la almohada, chochito de mi corazón, ¿te apetece cenar? —cuando lo siguiente que le llega es el aroma de un jugoso chuletón presentado a manos de Isidoro, Gustabo no sabe muy bien si sigue dormido o no.

Todas las dudas se disipan cuando la ventolina que traspasa la ventana a su izquierda hace que se le ericen los vellos del cuerpo. Y luego mira hacia abajo, su ropa interior protegiendo la única parte de su cuerpo que se encoge por el fresco.

La madre que me parió.


✩⊱


—Oíste, Gustabiño... ¿Y tú por qué tienes la cara como si te hubieses cruzado un león, neno?

— ¿Esto? —con un dedo apuntando a su mejilla izquierda y parte de su barbilla, su pregunta permanece atrapada por el bocado de comida que aún no ha tragado por completo— De cuando intentamos pillar a uno vendiendo droga. Lo típico.

—Anda, ¿que esa es la famosa operación guarrazo de la que pavonea Isidoro?

Gustabo atrapa a su inconfundible binomio en el acto de apretujar un trozo de carne entre dos patatas fritas.

—Son marcas de guerra, Freddy. Eso lo dices porque en el fondo tienes envidia.

—Lo suyo es ir de incógnito —¿Me vas a vacilar a mí, neno? Gustabo mira a los ojos a Conway, quien se limpia con cuidado las comisuras de los labios con una servilleta que luego vuelve a colocar en su regazo.

—Ya... Eso es lo que queríamos la última vez —¡Es que tú no lo entiendes!

Isidoro esquiva hábilmente la servilleta que Freddy dispara sobre la mesa como un látigo, con la risa enmarañada en cada palabra que se le escurre por la lengua: — ¡Eh! ¿Has visto que llevo razón?

6969 › FREDDYTABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora