Prólogo

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El ser humano es un ser que jamás está preparado para la pérdida.

El ser humano solo se ha adaptado a la pérdida a través del pensamiento de que nunca algo está perdido al cien por ciento.

Detrás de creer en un Dios para darle un motivo a la existencia inexplicable, también se ha creado un cielo para encontrar un lugar al que iremos cuando –inevitablemente– perdamos la vida. El cielo es un lugar donde recuperamos todo lo perdido: nuestros seres amados y nosotros. Es consolador pensar en un reencuentro que será por siempre. Es mucho más reconfortante que pensar en un silencio y oscuridad eternos, o en la absoluta nada. No había nada antes de llegar, no habrá nada al regresar.

Subsistimos solo porque en el fondo la pérdida física de algo no representa que lo hayamos perdido del todo; siempre podemos volver a encontrarlo. Y si lo que perdimos no está en este plano, será en el siguiente; solo restará la espera.

A lo largo de la vida, nos hemos convencido de esto porque el ser humano no acepta la pérdida, solo aprende a sobrellevarla.

Y por eso el ser humano es, por excelencia, extremadamente melancólico, empeorando a medida que pasan los años.

Es el reflejo perfecto de por qué no aceptamos jamás la pérdida; hemos encontrado soluciones para creer que ninguna pérdida es definitiva excepto por el tiempo. El tiempo se pierde y no regresa jamás. No podemos volver el tiempo atrás, y pensamos en el pasado con nostalgia porque existió, y en el futuro con incertidumbre porque aún no llega. Podríamos decir que el futuro como concepto en realidad no existe, porque el futuro también es el segundo que está llegando. El pasado, todo eso que podemos recordar, es todo lo que nos trajo a este presente. Y este presente también es pasado.

El tiempo pasa y se pierde en cada respiración y no se recupera. Hay tiempo bien perdido y hay tiempo desperdiciado. Pero el ser humano se encuentra al menos una vez al día tratando de recuperar algo que sabemos, ya no está.

El tiempo pasa y se lleva todo en su camino, el tiempo también nos está llevando a nosotros.

Y cuando se afronta una pérdida, te dicen que hay que confiar en el tiempo.

Pueden considerar que el luto es una pérdida de tiempo, pero en realidad es el tiempo quien se encarga de sanarlo, y el tiempo no pierde tiempo, él es divino y sabe lo que hace. Contrario a muchos de nosotros.

Él se tomará lo necesario para sanarte. Se llevará lo que deba y pondrá en el camino lo esencial.

Porque, honestamente, ¿cuántas eran las posibilidades de que la recién divorciada señora Lee se mudara a una casa junto a una simpática vecina que era viuda hacía un año?

Algo sobre la pérdida es que siempre es impactante, no importa qué tan pequeña o grande sea en relación con otra. El ser humano tiende a sufrir la pérdida de la misma manera.

Después de que su exmarido los abandonara, la casa en la que vivían era solo un cementerio de recuerdos. Sus hijas mayores, Olivia y Rachel, preguntaban todas las noches cuándo volvería su papá. Y ella no podía darles una respuesta. Felix, su hijo menor, no parecía entender lo que sucedía con tan solo cuatro años de edad. Su madre había notado cómo, en los primeros meses después de que su padre se fuera, Felix no hablaba a menos que fuera para expresar alguna necesidad, hasta que meses después dejó de hacerlo por completo. Cuando las señoras de la guardería le comentaron que Felix no hablaba con los otros niños, ella entendió que era momento de cambiar de aires.

Justo antes de mudarse, en el correo llegaron unos documentos solicitando el divorcio. Los firmó con su mano aún temblando y pudo darles una respuesta a sus hijas. Su papá no iba a regresar. Felix no se inmutó.

21 Formas de Decir Te Amo [HYUNLIX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora