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Haru acomodó su canasta llena de arroz y verduras en su espalda para comenzar a caminar hacia la calle principal de Bashisuyi. Es una calle comercial, donde hay establecimientos de entretenimiento, comerciantes, vecinos y demás personas para vender o comprar de todo. Después de pasar la calle principal, comenzaban las casas de madera con ventanas y puertas corredizas, algunas hechas de papel y otras no, pues tenían para comprar el papel. Después de pasar las casas, veías la casa que parecía un castillo. Se miraba imponente, alta y de colores oscuros. Ahí residían cientos de hombres que trabajan para el shōgun, es decir, el general. Nadie había visto al general, pues este siempre llevaba una máscara de un yokai: oni de color negra y cuernos afilados.

Se decía que era un ser cruel y no perdonaba. Muchos han cometido traición y el oni ha desaparecido todo el clan de esas familias. Haru decía que tenía mucha suerte el ser abandonado, así no tenía que estar atado a nada en caso de partir de este mundo tan cruel. Mhm se quejó al mirar un poco sus pies ensangrentados al no tener zapatos, pero eso no detuvo su andar. La tierra arenosa apacigua el ardor al cubrir sus heridas con esa tierra seca. Siguió su camino hasta llegar a su pequeño espacio de la calle Bashisuyi, donde vendía sus productos.

Productos que usualmente le robaban en el camino de regreso a su casa. Lugar que estaba ubicado lejos de la comercialización, pero en la montaña. Tenía una pequeña casa, aunque parte de sus ganancias las venían a colectar unos súbditos del emperador como regalía por la propiedad. Aunque haya pasado la guerra, el país no se encontraba en paz. Malas lenguas decían que quién realmente tenía el poder era el shōgun y no el emperador. Es debido a esto, que el emperador a estado tratando de tener poder económico de su país. Es decir, cobrarles un porcentaje por sus tierras, ya sea monetario, sexo o productos comestibles. No era lo justo, pero la gente comenzaba a temerle no nada más al oni, pero al emperador y sus súbditos también.

Haru colocó la manta sobre el suelo arenoso para poner sus productos y así venderlos. Su ropa de color crema gastado, se encontraba roto y manchado en algunas partes. El dinero no le alcanzaba para un par de pantalones y camisa estilo kimono, cuando apenas podía sobrevivir. Algunas personas de clanes adinerados con sus sirvientes al pie, se acercaron y compraron uno que otro producto. De lo más que le quedaba eran los tomates, el arroz y pescado se le había vendido casi todo. El sol comenzaba a esconderse en el cielo, pero Haru se quedó hasta que la noche cubrió todo y la gente en las calles se esparcían; alejándose de apoco. Con el rostro sucio por el sudor y polvo de la tierra seca por el comienzo de días de sol, Haru guardo todos sus tomates y manta en su canasta para colocársela en la espalda y regresar a su pequeño hogar.

Habían muchas chicas vestidas con el rostro colorido riendo e invitando a hombres de kimonos negros con bordes plateados o de oro, dentro de los establecimientos de entretenimiento. Esos eran los súbditos del general, bajo la cabeza y siguió su camino. Haru era alto y delgado para su gusto, de piel blanquecina, aunque algo tostada por el trabajo en la tierra que realizaba. Su cuerpo no era solo un lienzo blanco, pero lleno de cicatrices por espadas o latigazos por crímenes que en el transcurso de su corta vida, no cometió. Había sido acusado de muchos crímenes y los súbditos del general o el del emperador y los mismo vecinos lo castigaban lo suficiente para que solo saliera a vender sus productos nada más y volviera a su casa.

De camino a su casa, esperó ser atracado por sus productos e incluso violado como otras veces, pero no. Aunque sintió una presencia detrás suyo, todo el camino, no quiso girarse. Pues ya todos conocen donde vive, así que se limitó a seguir su camino. Al cabo de un rato, llegó a su pequeño hogar, que consistía en una casa pequeña de madera, con puertas corredizas y ventanas cubiertas por hojas secas, ya que no tenía el dinero para comprar papel.
Al deslizar su puerta y entrar, sintió un pequeño tirón en su pantalón desgastado. Esto lo asustó y rápidamente se giró, para encontrarse con un niño vestido con un kimono de color azul oscuro y estampado tipo shochikuume. El bordado verde en el kimono era brilloso, el niño había nacido en un buen clan. Haro sonrió y se agachó para ver el rostro lloroso del niño.

— ¿Te has perdido? -preguntó suavemente al niño de ojos azul oscuros, quien asintió y apretó entre sus pequeñas manos su kimono- no te preocupes. Verás, yo no puedo volver a salir. Pues solo se me permite bajar de la montaña, una vez al mes.

Cogió al niño en brazos y tuvo cuidado al pasar sus dedos ásperos por las blancas mejillas regordetas del niño para limpiar sus lágrimas. Si sus vecinos o alguien llegase a entrar a su casa y viera el niño, lo matarían finalmente. ¿Cómo el niño le siguió? ¿De dónde salió? ¿Será una trampa? Negó, pues lo último no parecía ser. El niño se encontraba asustado. De seguro se escapó de su sirviente en las calles concurridas de Bashisuyi. Agradecía que hubiera caído la noche, se giró con niño en brazos y caminó fuera de la casa, luego de haber tomado un trapo y un balde. Al llegar al pequeño charco del río, colocó al niño en el suelo y se agachó para mojar el trapo, exprimirlo y limpiar el rostro del niño.

— No te muevas, pequeño. -murmuró al niño que trataba de agarrar las flores a su alrededor- ¡listo! Ahora me toca a mí limpiarme un poco y mañana nos bañamos en el río.

Dijo mientras se limpiaba su rostro con el trapo para luego pasarlo con cuidado en la planta de sus pies heridos. Miraba como el niño se sentaba a su lado con una flor en la mano, sonrió un poco, era lindo, y de seguro sus padres deben estar preocupados y los sirvientes del niño muertos, pero si bajaba, lo culparían.

NOTA: ¿Qué les pareció? ¿Gustó o no?
Realmente mezclé muchas cosas y no sé de qué es qué, pero al final salió así. Espero que se encuentren bien y ¡buena noche!

Comentario de retroalimentación o sugerencia, siempre es bienvenido.

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