2

18 5 2
                                    

    Haru fue abandonado cuando era tan solo un bebé. Una prostituta lo acogió y lo crió hasta que la mujer de rostro colorido se murió por consumo desmesurado del opio. Ha estado en dos ciudades diferentes, huyendo de guerras, enfermedades, sequías y hambruna, casi toda su corta vida. A las afueras de Bashisuyi, encontró un pequeño terreno abandonado en la montaña con un pequeño charco de río (o quebrada), y una casa abandonada, que al final fue arreglando de apoco y convirtiéndola suya.

    Al igual que en las otras dos ciudades, fue acusado de las desgracias que sucedían en el área, como de hurtar comida, haber matado a un comerciante, y de haber seducido a hombres como mujeres casadas. Hombres del emperador como del general, lo habían castigado con látigos o amordazado y tirado en celdas donde los rayos del sol no llegaban a cubrirle del frío y ratas. El castigo por parte de sus vecinos, había sido más cruel. Muchas veces se acostó con el semen deslizándose de su orificio anal como de su rostro, bañado en sangre igual, pensando que quizás estaba maldito y que quizás era un castigo de los dioses.

    Después de esos sucesos, ha tenido tanto pavor de relacionarse con los demás, que solo sale una vez al mes a vender sus productos, los cuales siembra en la parte de atrás de su casa. Ha sido visitado algunas veces por hombres que en su vida había visto y solo llegan a violarle en el camino de regreso a su casa o a hurtar sus productos. No sabía que era peor, pero entendía que para tener dieciocho años, había experimentado lo suficiente en esta vida.

    Se adentró de nuevo a su casa con el niño en brazos y deslizó la puerta para cerrarla. Acomodó las mantas en el lugar más caliente de su hogar para poner al niño en ellas. Removió su kimono y colocó en un lugar donde no se manchara mucho y se acostó al lado del niño en el suelo; pero sobre las mantas desgastadas. Alcanzó un tomate y con sus dedos limpios, cortó un poco y le dio de comer al niño. Niño que hizo una pequeña mueca, pero gustoso se lo comió hasta no dejar nada. Haru limpió la comisura de los labios del niño con el dorso de su mano y acomodó al menor en sus brazos para así dormirse ambos.

                                                 —0—

    Había varias cabezas en el suelo y sangre esparcida en el piso de madera. Hombres arrodillados con espadas a su costados y hombros temblando, se encontraban en el centro del cuarto más grande que tenía el castillo del shōgun. Frente a ellos se encontraba un hombre delgado, de estatura media y su rostro era cubierto por una máscara negra de un oni con colmillos y cuernos afilados. Era un hombre a quien la nación y mismo emperador temían. Todos sabían que el shōgun tenía poder militar y político, y que en la práctica era quien mandaba y controlaba todo.

    Los soldados sabían que el general tenía un hijo, y que ese hijo, justamente había salido con sus sirvientes la tarde de hoy, pero nunca regresó. Ahora se enfrentaban a la ira del general.

— ¡Encuentren a mi hijo ya! —resonó en esas cuatro paredes la voz más fría.-

    El general deslizó sus delgados y blancos dedos por sus finos y lizos cabellos de color negro en un gesto exasperado. Había perdido a su hijo y temía que el emperador lo supiese y lo matara. Agitó su espada en el aire y la sangre que yacía sobre ella, cayó al suelo para luego guardar su espada. Vio a sus hombres recoger y llevarse los cuerpos inertes de los sirvientes que se suponían cuidarían de su hijo, mientras atendía una reunión militar.

    Espero la noche para poder salir del castillo e investigar el paradero de su pequeño hijo. No encontró mucho, pero si logró encarcelar e incluso decapitar a varios personas por el consumo de opio. Era algo que quería mantener controlado, sabía que no podía erradicarlo por completo. Sabía que el emperador y emperatriz consumían opio y ayudaba con las ganancias económicas del país, pero ¿acuesta de qué? Muchos morían por ellos.

Miró hacia el cielo oscuro y esperó que su hijo se encontrara bien antes de seguir buscando.

                                                 —0—

    Habían pasado dos días desde que el pequeño Minato, así lo llamó, llegó a su casa. Lo había bañado y alimentado e incluso le cosió con unos trapos extras una camisa -tipo kimono- que se sujetaba con un lazo en medio de la barriga y unos pantalones. El pequeño lo ayudaba recoger las papas y tomates para ellos comer en la tarde e incluso jugó con el. Llegó a recolectar flores y hacer una corona para el pequeño.

    Era la primera vez que hacía uso de su tiempo de esa manera y lo hacía realmente feliz. Sonrió bobamente a Minato, quien le sonreía de vuelta mientras ambos caminaban devuelta a la pequeña casa. Haru llevó su mirada más allá hacia los árboles y se congeló al notar como con el atardecer cayendo pudo ver la cara de un oni recargado en el tronco del árbol; viéndoles.

— ¡Minato! -alcanzó a decir Haru, antes de soltar la canasta y coger al niño en brazos-

    Corrió lo que quedaba de camino hacia su hogar y se adentró para cerrar la puerta detrás de sí. ¿Venía a por el? Pensó, pero el no había cometido ningún crimen y el niño era inocente. Había logrado escuchar que algunos bandidos usan esas máscaras (aparte del oni), para cometer crímenes.

Decidió esperar con Minato en sus brazos para ver si se iba el atracador.

Nota: Espero que os guste.

Buena noche y buena semana.

Si saben de algún anime o manga yaoi, me dejan saber. Ando buscando que leer.

The ShōgunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora