Parpadeé varias veces, hasta que mi visión consiguió enfocar el paisaje que me acompañaba. Me recibió un cielo oscuro y cerrado. Busqué en él, un mínimo atisbo de luz, pero no había estrella que lo adornara ni luna que lo iluminara. La brisa fresca de la noche se colaba a través de cada poro de mi piel, paralizando cada músculo, cada articulación. Mi cuerpo se hallaba sobre la hierba gélida de una amplia y desconocida pradera. Me incorporé lentamente, temblando, sobre mis brazos entumecidos y paseé la mirada por mi cuerpo. Algo iba mal. No era yo, o al menos no mi yo actual. El cuerpo que habitaba no debía tener más de seis años, lo noté en las pequeñas manos y la corta longitud de las piernas. Un dolor agudo se clavó en mi cabeza, cerré con fuerza los ojos y me estrujé las sienes con las manos. Cuando abrí los ojos, la presión seguía en mi cabeza y mis manos comenzaron a cubrirse de sangre, como si múltiples hilos rojos agujerearan mi piel directamente desde las venas, pero no había heridas, ni tampoco rasguños. Sentí como el miedo se apoderaba de mí. La frecuencia de mis inspiraciones aumentó, pero no conseguía transportar aire hacia los pulmones. A pesar de la necesidad que tenia de moverme, algo me lo impedía: la fatiga, la ansiedad, o quizá era ese cuerpo, que no me obedecía, que no me pertenecía.
Desorientada, escudriñé el lugar en busca de respuestas a preguntas que no me podía formular. Entonces la vi, una mujer yacía a pocos metros de mí. No se movía. No sabía si estaba inconsciente o muerta, su cara me resultaba familiar, pero no recordaba por qué. No podía apartar los ojos de ella: su piel pálida, su pelo gris plata.... tan parecido al mío... por su ropa, cubierta de tierra y sangre, parecía haber librado una batalla. De golpe, algo me retorció las entrañas, cuanto más la miraba, más latente era el dolor. La tristeza se instauró como un pesado velo que no me permitía levantar la cabeza. Y después, llegó el vacío. Un vacío lúgubre e insoportable, como si mi alma se quebrara en pedazos. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro de forma automática acompañando a todos esos sentimientos que me abofeteaban. No sabía que ocurría. No conocía este lugar. No localizaba el origen de este dolor tan profundo y agónico. Estaba siendo espectadora en primera persona de un sufrimiento ajeno. Este cuerpo me autorizó a sentirlo todo: dolor, desesperación, rabia... aunque no me desveló los motivos. Me ocultó la razón, pero no su corazón, que me bombardeaba sin compasión.
Me presioné con fuerza el pecho, necesitaba que parara. «Por favor, páralo» grité dentro de mi cabeza, esperando que alguien me escuchara, que quien estuviera haciéndome sentir todo aquello, se apiadara. Me tumbé sobre la hierba húmeda intentando estabilizar mi respiración, pero sentía que me ahogaba. Mientras luchaba por poder respirar escuché unas voces en la lejanía.
—Cogedla y llevadla a palacio.
—¿Qué hacemos con la otra, señor?
—Tiradla a los pies del Palacio de Aeris, que la ciudad de la luz se convierta en tinieblas —dijo la voz, mientras soltaba una sonora carcajada.
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El destello del ámbar. Libro 1: El legado de la luz.
Fantasy¿Qué pasaría si la magia no te hubiera bendecido?¿Si tuvieras que pasar por una ceremonia que podría matarte por este mismo motivo? Lena, princesa de Hidra, es la única mortal dentro de la nobleza de Argentia. Enjaulada en un reino al que siente no...