Capítulo 4. Parte 1.

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Cuando observé el contenido de la caja, sentí cómo aumentaba mi temperatura y como el calor cambiaba de color mis mejillas

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Cuando observé el contenido de la caja, sentí cómo aumentaba mi temperatura y como el calor cambiaba de color mis mejillas. Mys entendió mi reacción sin necesidad de que pronunciara la cantidad de blasfemias que pasaban por mi cabeza. La posición de mi guardia era expectante, me conocía bien, esperaba mi estallido, y como su cuerpo predecía, el estallido, llegó.

—¡Blanco! —grité—. Puro y genuino blanco— la rabia con la que esas palabras salieron, me arañó la garganta.

Mys me observaba con los ojos bien abiertos, no se atrevía a intervenir en mi enfado, sabía lo que significaba esto para mí. La ira me desbordaba.

Un vestido blanco de gasa brillante se desplegaba ante mí. El blanco era el color que padre despreciaba, el color que asociaba con la fragilidad. Blanco, como la impoluta ciudad de Aeris, que cayó ante su fuerza e inteligencia. Esta era su forma de decirme que ostentaba el máximo poder, y que yo solo podía agachar la cabeza y obedecer.

Saqué el vestido, capas y capas de gasa formaban una masa de tela pomposa, hecha con la intención de cubrir cada centímetro de mi piel. Padre pretendía ocultarme tras aquel vestido, ocultar todo mi sufrimiento, toda la historia que escondían las cicatrices que llenaban mi cuerpo. No necesitaba pronunciar la palabra «vergüenza», este regalo lo hacía por él.

—¡Detenlo, Lena! —gritó Mys— ¡Mírame! —insistió —. No dejes que te controle, esa fuerza esta en tu cuerpo, tienes que contenerla.

Intenté seguir la voz de mi guardia, busqué sus ojos intentando anclarme a algún pilar que me mantuviera conectada con la sensatez. Traté de encontrar su rostro, pero el fuego ya me cegaba. Me lancé al vacío dejando que la ira, la tristeza y la vergüenza me aferrasen con fuerza, impidiéndome buscar la salida desde la que Mys seguía gritando mi nombre.

Sentí una presión en los bíceps, el calor que desprendía mi piel comenzó a combatir con el frío que fue introduciéndose en mi cuerpo. Cuando el fuego fue quedando eclipsado por aquel helor, mi cabeza fue alejándose de aquellos sentimientos que colapsaban mi razón. Mys me zarandeó hasta que logré distinguir un pequeño destello de luz, al que seguí sin dudar. Mi visión empezó a dibujar la silueta de mi guardia, parpadeé varias veces hasta que conseguí encontrar los tranquilos ojos de Mys; incluso cuando estaba preocupada podía fingir una templanza impenetrable.

El destello del ámbar iluminaba los ojos de mi guardia destacando su color, como el de la arena en un día soleado. Paseé la mirada hasta llegar a sus manos envueltas en hielo. El ámbar había convertido mi cuerpo en puro fuego y el poder de Mys intentaba aplacarlo. No solo era una experta guerrera, si no que el agua la bendijo antes de que la magia de anticipación apareciera tras su ceremonia. Poco a poco, el fuego se fue extinguiendo, el brillo del ámbar se apagó y el agua desapareció de las manos de Mys.

—Lo siento —dije en un susurro, aún aturdida.

—No es culpa tuya, sé lo que significa toda esta pantomima —dijo relajando su postura. — Tienes dos opciones, Lena, dejar que la rabia te consuma o hacer algo con ella.

—¿Qué quieres decir? —le insté.

—Los sentimientos son una fuerte arma, pero solo si sabes cómo usarla.— Mys colocó la mano sobre mi hombro y le dio un apretón—. Tu padre espera que este mensaje — cogió el vestido— te asuste y te coloque en tu lugar.— Mys soltó el vestido y apoyo su otra mano en mi hombro, depositando su firme mirada sobre mis ojos—. Usa toda esa rabia para mostrarle cual es el suyo.

Seguía enfadada, pero Mys tenía razón. Los sentimientos eran un arma de doble filo, si no sabías gestionarlos —y estaba claro que yo necesitaba una intensa clase para controlar los míos— podían traicionarte, sirviéndote en bandeja de plata para el enemigo. Padre sabía cómo reaccionaba a cada gesto, a cada palabra y lo que ocurría cuando los sentimientos me nublaban el raciocinio.

Posé la mano en el ámbar presionándolo con fuerza. Padre provocaba mi ira para que mis sentimientos activaran el ámbar y así poder castigarme sin mancharse la manos. Este regalo era el precursor del castigo por mis palabras rebeldes durante el desayuno de ayer. Padre sabía como reaccionaria ante este regalo y lo que ocasionaría esa reacción. No se cómo no me había dado cuenta antes de su modus operandi. Estaba usando el fallo del objeto protector, que el mismo me impuso, para corregirme «qué ruin» aunque no se de qué me sorprendía, no podía esperar mucho más de ese desalmado. Inspiré intentando acompasar mis latidos y recuperar mi ansiada calma. Ese hombre no merecía ni un ápice de mi.

—Se acabó —no titubeé —. Llama a Dalia, tenéis que ayudarme con esto.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó.

—Voy a demostrarle que ya no le tengo miedo —dije con firmeza— vamos a devolverle su regalo de una forma muy especial.

Mys dibujo una sonrisa malévola y, rauda, desapareció para buscar a mi doncella.

Si padre pretendía que me quedara callada y pusiera sobre mi cuerpo esa horterada que ocultaba todo lo que era, estaba muy equivocado. Se acabó agachar la cabeza, se acabó morderme la lengua y se acabó ser lo que quería que fuera.

Era un corazón roto, un cuerpo lleno de cicatrices, un alma enjaulada en un lugar al que no pertenecía... Pero también era una mujer fuerte que no pretendía conformarse con lo que parecía que la vida le había proporcionado. Padre iba a ver todo lo que odiaba de mí, todo lo que quería apagar y mantener oculto, iba a admirarlo y conseguiría que lo temiera.




¡Hola a todos!

Esto es un adelanto del capítulo cuatro.

Quería agradecer a todos mis lectores cero,

a los que me acompañan desde el primer día aquí y

a las nuevas incorporaciones.

Espero vuestras impresiones, me suben la serotonina ♥

¡Nos vemos el sábado!

El destello del ámbar. Libro 1: El legado de la luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora