La marionnette d'un mannequin

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Mi vida corre peligro en este lugar, lo peor de todo es que no puedo huir, o ella se pondrá furiosa, no tardarían en encontrarme. Sentía sus miradas inanimadas en mi espalda mientras barría el museo pero... ¿Cómo llegué hasta aquí? Por más que me repetía lo que pasó los últimos meses esto se sentía irreal, algo completamente aterrador.

[...]

Caminando por las calles de París, sin rumbo alguno, no me importaba si me perdía o no. Al fin y al cabo, no tenía un hogar ni a qué aferrarme, hoy apenas tuve la oportunidad de comer una hogaza de pan con un poco de agua, a eso se debía mi mala condición de peso, algún día esto tendrá sus consecuencias ¿Pero qué podría hacer? No tengo empleo, solo cuento con las personas de buena fé que de vez en cuando me dan limosna mientras bailaba al ritmo de mi violín que solía ser de mi padre. Cuando intentaba conseguir un trabajo decente me echaban a patadas pensando que por ser un indigente iba a robar algo sin excepciones.

Tocando mi violín una partitura un poco compleja que había aprendido de mi amigo que conocí en un barrio adinerado, antes de que desapareciera sin dejar rastro, Paganini era un buen señor, lástima que cayó en malas manos o así dijeron algunos de sus familiares.

Al acabar mi nota musical noté la mirada penetrante de un monsieur que a mi lado estaba, me quité la boina y extendiéndola hacia él haciendo una reverencia pidiéndole una moneda, si tenía suerte talvez me den cinco céntimos.

—dime, muchacho, ¿cómo te llamas? ¿Tienes esposa e hijos? —el señor me tendió una moneda, levanté la mirada, al ver su rostro noté cierto interés y amabilidad que esperaba expectante una respuesta.

—No tengo familiares cercanos señor, soy conocido como passepartout, si no le molesta... ¿Podría saber a qué se debe la pregunta de tan distinguible varón? —Vi la moneda que me había dado, era mi noche de suerte, me había dado una moneda de oro, que alegría.

—¿Gustas más dinero del que salió ese, muchacho? Yo podría ofrecer un techo en el cuál vivir, y un sueldo para poderte alimentar, solo si aceptas mi oferta de trabajo. —me miraba satisfecho al escuchar mi respuesta, se estiró su gran bigote siendo enrollado por uno de sus dedos—. Últimamente he estado buscando un cuidador para el museo de la zona, usted sería una gran herramienta para él.

Miré interesado su oferta, si lo aceptaba ya tendría un lugar en el cual quedarme y no sufriría tanta hambre como solía estar acostumbrado, sin pensarlo dos veces acepté su oferta, él extasiado por mi respuesta me llevó al que ahora sería hogar, un museo de figuras de cerámica que representaban a los famosos ya fallecidos.

Así pasaron los días, unos meses quizá. Todas las noches cuando terminaba mi vigilancia nocturna, me sentaba en dónde solían dar asesoría a los turistas que se podían dar tal lujo y comenzaba a tocar mi violín, admitía que tenía una debilidad por las notas dulces, sentía que los maniquíes eran mi público expectante que me recordaba la emoción de los bailarines callejeros que bailaban junto a la música de mi instrumento, en especial una, era una representación de Juana del arco, aunque la decidí llamar Claudette ella era hermosa y estaba hecha de cerámica cuidadosamente pulida, solía hablar con ella de vez en cuando, algunos que me habían llamado loco, e incluso podrían llevarme a la hoguera por lo mismo pero no me importaba demasiado, me sentía bien estando aquí. No me arrepentía de mi decisión al tomar la oferta.

Uno de esos tantos días en dónde me encontraba dispuesto a apagar el gas de mi candelabro para poder dormir, una figura humana resplandecía al pie de mi cama, apenas pude notar su presencia me puse alerta, de un rápido movimiento me senté en la cama.

Esa figura era de una mujer, su cuerpo se abalanzó hacia a mí, con sumo cuidado me agarró las muñecas y abrió mis piernas con ayuda de las suyas haciendo inútil mis esfuerzos para poder escapar, ella me volvió a acostar en la cama, su rostro se acercó peligrosamente a el mío, fué ahí cuando la luz de mi candelabro puso al descubierto a mi agresora, Claudette era quien me había tomado como su rehén en mi propia habitación. Mi cuerpo se erizó, mi mente se nubló de terror, se volvió extremadamente difícil poder moverme, esa figura de cerámica había tomado vida, ahora corría peligro la mía.

Ella se quedó observando cada parte de mis facciones deteniéndose en mis labios, acortó los escasos centímetros que nos separaban, dándome un beso y tomándose su tiempo, haciendo que bajara la guardia unos segundos, aproveché esos movimientos para aventarla lo más lejos que pude, chocando contra el suelo y rompiéndose en mil pedazos. Salí corriendo de mi habitación en busca de un lugar seguro.

No duré mucho corriendo, pues las demás figuras estaban esperando afuera de donde me encontraba, al notarlo ellos me capturaron dándome cuenta lo difícil que era escapar, la mujer de cerámica que anteriormente se había estrellado apareció intacta frente a mí, todo dio vueltas, mi cuerpo cayó boca abajo sin que pudiera hacer nada. Cuando traté de levantarme un pie en mi espalda me lo impidió, el terror que sentía era inimaginable ¡¿Qué me iban a hacer?!

Los maniquíes que hasta ahora no habían mediado palabra parecieron saber lo que Claudette pretendía, entre dos me cargaron, seguía sin comprender lo que querían, una vez que se detuvieron me paralice, nos habíamos quedado enfrente de un potro que la santa inquisición nos había donado ya que se habían prohibido las torturas a finales de este siglo, traté de forcejear con más insistencia que anteriormente. Por mi fuerza nula y mi mala condición física no pude hacer nada, pataleaba y gritaba como si eso me fuera a ayudar en algo.

No tardaron mucho en atarme de manos y pies, empezaron a jalar la manivela para estirar mis articulaciones, no quería morir, no ahora, cuando me resigné a mi supuesto destino, se detuvieron al notar que ya estaba lo suficientemente estirado para moverme ellos se retrocedieron un par de pasos y dejaron a la maniquí que con anterioridad me había robado un beso, los demás esperaban expectantes lo que estaban apunto de presenciar.

Ella se sentó encima de mí con una mirada tranquila digna de esos ojos azules inanimados, rodeó mi cadera con sus manos erizandome de terror cada parte del cuerpo, sus labios chocaron con los míos apasionadamente y solo esperé a lo que mi desdichado destino estuviera dispuesto a escribir

[...]

Mi vida corre peligro en este lugar, lo peor de todo es que no puedo huir, o ella se pondrá furiosa, no tardarían en encontrarme. Sentía sus miradas inanimadas en mi espalda mientras barría el museo pero... ¿Cómo llegué hasta aquí? Por más que me repetía lo que pasó los últimos meses esto se sentía irreal, algo completamente aterrador.

Escrito por: cuatrotres5

De la Pluma al EscenarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora