CAPÍTULO 3

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–Ya podéis girar los exámenes. A partir de ahora tenéis una hora y media– nos comunica la profesora de biología. No voy a engañar a nadie. Estoy muy nerviosa. Es un examen muy importante. Mi pierna no deja de temblar y me toco el pendiente de la oreja. Una costumbre que había adquirido por los nervios. Comienzo a leer las preguntas. "Venga, Dara. Tú puedes.", me intento animar a mí misma. Respiro profundamente dos veces. Miro la primera pregunta, no obstante me quedo en blanco. Segunda pregunta. Me pasa lo mismo. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? Siguiente pregunta. Empiezo a morderme las uñas. Respiro entrecortadamente y veo a mis compañeros y compañeras escribiendo. Miro otra vez el papel, esperando a que mi mano empiece a funcionar. Pero no lo hace. ¡Joder! Miro nerviosa el reloj. Ya han pasado diez minutos. Estoy bloqueada. No sé qué hacer. Alzo la vista y me fijo en las ventanas. El tiempo no me acompaña. Está nublado. Miro fijamente hacia afuera. Y entonces es cuando lo veo: la sombra. Me está sonriendo. Sabe lo que me pasa y se está burlando de mí. Me quedo paralizada. Los ojos se me van a salir de las órbitas. Se me seca la boca y las manos me empiezan a sudar. Y siento una mano que me toca el hombro. Me giro rápidamente, esperando lo peor.

–Dara. ¿Estás bien? –me pregunta la profesora. Suspiro. Menos mal. Asiento levemente la cabeza y se va otra vez a su mesa. Vuelvo a la realidad. Examino la ventana. Nada. Respiro profundamente, cojo el examen firmemente y escribo todo lo que mi mente tenga que vomitar.

–Me cago en el examen y en todas células procariotas. Y en las eucariotas también–maldice mi amiga Laila. Acabamos de salir del examen. Estamos muertas y con el cerebro frito.

–Vaya preguntitas. ¿A ti cómo te ha ido? Por qué a mí... Vaya tela–me pregunta. La miro y alzo los hombros. Al final, escribí lo que pude. Espero que sea suficiente para aprobar o sacar un seis por lo menos.

–Más o menos. No espero más de un seis–le respondo sin ganas.

–Por dos. Vámonos a comer algo. Nuestro cerebro necesita glucosa después de tanto esfuerzo–demanda y me coge de la mano.

–Dios mío... Qué cansada estoy– le digo a la nada en cuanto entro a mi piso. Después del examen, Laila y yo nos fuimos a comer. Estuvimos quejándonos del examen, las materias, de algunas compañeras pesadas... Y también de la fiesta de mañana. Laila me amenazó con arrastrarme de los pelos si me rajaba. Pero le prometí que iría, incluso enferma. No tenía ganas, pero me obligo a socializar de vez en cuando. A quién quiero engañar. Solo no quiero tener que volver a ver a esa sombra y pienso que, tal vez, rodeada de gente no se atreverá a salir. Espero tener razón. Bueno, ya basta de cosas turbias por hoy. Me dirijo al baño para darme una bien merecida ducha.

Quince minutos más tarde, salgo con mi pijama de Harry Potter y cojo el poke de la nevera. Esa sería mi cena. Me siento en la silla del salón y abro la ensalada. Cojo el tenedor y me quedo mirándolo fijamente, como estudiándolo. Me siento rara. Observada. No sabía cómo describirlo, pero sentía como si alguien me mirase con decepción, burla, asco. De pronto siento una opresión en el pecho que me impide respirar con normalidad. Bajo la mirada y suelto un grito ahogado: unos lazos oscuros me estaban apretando. Abro los ojos de la impresión. Intento gritar, llorar, pero no puedo. Estoy paralizada. Tiemblo. Me muevo para intentar liberarme. Al final, me caigo de la silla y me golpeo contra el suelo. Cierro los ojos unos segundos. Los vuelvo a abrir. Ya no están los lazos. Me levanto rápidamente. Voy a la cocina y cojo un cuchillo. Estoy acojonada. Reviso todas las habitaciones. Una por una. Sin embargo, no encuentro nada raro. Me siento en el sofá. Arranco a llorar. Estoy así un buen rato. Luego, cuando me quedo seca, voy hacia mi dormitorio. Me tumbo y miro el techo. Respiro hondo tres veces. Cojo el móvil y me pongo una de esas películas absurdas y tópicas. Y me quedo dormida.

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⏰ Última actualización: Mar 03 ⏰

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