Capítulo #3: Algo nuevo.
Emma García:
Era un jueves como cualquier otro.
Al menos para mí lo era.
Pero para todas las chicas de la Uni, no. Especialmente para Vicky. Se habían vuelto completamente locas por la llegada de aquel pelinegro entrometido.
Sí, fue aquel chico el nuevo. Fue una gran casualidad que coincidiéramos la mayoría de nuestras clases.
Pero ahí se quedaba, solo casualidades.
A diferencia de las demás chicas él me resulta totalmente molesto. No voy a negar que era estúpidamente atractivo, pero no todo es una cara bonita.
–¿Señorita García?–Las palabras de la Señorita Marlene me trajeron a la realidad–¿Se encuentra usted atendiendo a clases?
–Claro que sí, Señorita Marlene–Mentí descaradamente.
–¿Podría resolverme aquí en el pizarrón la ecuación matemática que acabo de explicar?–La mujer que aparentaba unos cuarenta años se mantenía mirándome con una tiza en la mano. Y la verdad es que no sé de dónde saqué el valor para quedarme parada frente al pizarrón, analizando la ecuación–¿Y bien?
Maldije todo y a todos en ese momento. Pude darme cuenta de la mirada de todos enganchadas en mi nuca, y pude escuchar una pequeña e irónica risita al final del salón.
Y sabía de quien provenía.
De aquel pelinegro entrometido.
La maestra de mate casi me iba a quitar la tiza y pedirme que me sentara, pero rápidamente esquivo su mano y hago todos los pasos necesarios para despejar la equis, y por alguna extraña razón me sentía segura de lo que hacía.
Al terminar la ecuación, la cara de la Señorita Margaret se veía muy concentrada en lo que acababa de realizar en el pizarrón. No sabía si estaba bien o mal, pero ojalá esto no me traiga consecuencias con mi padre. La mujer de pelo rubio con gigantescos conocimientos matemáticos sonríe, pero no sabía que significaba eso.
–Puede sentarse, García–Rápidamente obedezco y tomo asiento. Le di una mirada asustada a la profesora, que miraba el resultado final sin quitar aquella sonrisa que aún no sabía que significaba eso–¿A todos les dio este resultado?
Espera un segundo, ¿estaba bien?
Todos los estudiantes del salón responden un largo: Sí a la maestra y está borra el pizarrón.
Todavía no podía creer que empezara a crecer en mí esa pequeña chispa de inteligencia que tenía en mi mente. Al parecer sí que voy a ser tan inteligente como mi papá.
Unos quince minutos después toca la campana y todos se levantan de sus asientos haciendo un ruido estruendoso. Me dirijo a mi taquilla y guardo los libros de matemáticas. Al cerrarla, me llevo un susto tan grande que hizo que me llevara la mano al pecho.
–¿Es que tu no te cansas de asustarme?–Le pregunto, aún con la mano en el pecho y de mala gana. Él me lanza una mirada juguetona.