Rose esperaba en el coche, tal y como su mamá les había pedido, mientras que su hermano Jack yacía dormido a su lado. Los niños tenían prohibido entrar al hospital, sin importar si usaban mascarilla o no. Cuando el COVID llegó a su pueblo, el número de gente muerta aumentó de la noche a la mañana, haciendo que su papá fuera una de las víctimas.
Entre todos los movimientos y cuidados que él necesitaba, la mamá de Rose y Jack optó por enviar a los niños al campo con su abuela paterna, una mujer que en su buena época había sido reconocida por su belleza, pero que en su vejez tenía fama de ser caprichosa e imprudente.
La noche en que Rose escuchó a su mamá hablar con su abuela acerca del viaje, le pidió entre lágrimas que les permitiera quedarse, no obstante, la mujer, reprimiendo su tristeza con la fuerza conocida solo por quienes son madres, se negó, pues sabía que aquello era lo mejor, ya que, como ella iba a estar yendo y viniendo del hospital, la idea de contagiar a sus hijos de un virus del que poco se sabía, le aterraba.
Fue así como, a la mañana siguiente, un coche de puertas negras se estacionó en frente de aquella modesta casa. Primero, un sujeto de vestimenta modesta, se bajó del auto. Su apariencia era de pocos amigos y era más que obvio que le molestaba estar en el lugar, pero teniendo que cumplir con su trabajo, caminó hasta la puerta del copiloto, de donde, al abrirla, descendió una mujer de cabellos dorados y labios rojos, quien vestía un atuendo de negros colores.
Rose, de ocho años y Jack de cinco, observaban toda la escena desde la ventana de la sala. A los niños les rompía el corazón saber que en menos de unas horas se encontraría lejos de sus padres, en una casa a la que detestaban ir, pues esta, pese a estar en el campo, gozaba de tintes góticos y melancólicos, al estar forrada por objetos de antaño, lo que hacía que los niños no pudieran jugar más que en lugares específicos.
Con sus enormes ojos marrones, Rose contempló la escena referente a la conversación que su mamá -sujeta al cubrebocas-, mantenía con su abuela, intentando leer los labios cuando de forma repentina, la anciana atrapó su mirada, pidiéndole con un gesto de la mano -de la cual sobresalían las largas y estremecedoras uñas carmesí-, que se acerca a ella.
––Hola, Rose.
––Hola–– dijo la niña de forma tímida, mientras se ocultaba tras las piernas de su madre.
––¿Ya tienes todo listo para irnos?
La voz ronca de su abuela, solo incrementaba su deseo por salir corriendo lo más lejos de ella, pero Rose sabía que no tenía opción. Debía ser fuerte para no causarle problemas a su mamá, por lo que asintió con su enternecedora mirada.
Al cabo de unos segundos de aquella conversación, Rose subió a su habitación, deseando grabar en su memoria cada detalle de esta, pues tenía el presentimiento de que pasaría mucho tiempo para que la volviera a ver.
Con sus paredes blancas, sus cortinas de seda color crema, sus peluches arremolinados sobre su cama de telas rosadas, sus muñecas y cuentos, la pequeña suspiró, juntando todas sus fuerzas para reprimir sus lágrimas, tomar la pequeña maleta -que para ella era gigante-, su oso de peluche y encaminarse hacia una nueva vida, que se le antojaba incierta.
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LA NIÑA, LA SERPIENTE Y LA ROSA
FantasyRose y Jack son dos hermanitos quienes a raíz de la enfermedad de su papá (COVID) son enviados a la tétrica casa de su abuela, en donde encuentran un baúl con un mundo mágico en su interior.