CAPÍTULO VIII LA REPOSTERA DEL REY

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Cuando Rose despertó a la mañana siguiente, se sobresaltó al ver la habitación en la que se encontraba. Con el olor a caballo recorriendo cada esquina, el lugar se encontraba bellamente decorado con una ventana circular adornada por flores de todo tipo, mientras que su cama se encontraba tapizada por un extenso musgo lleno de hongos y el olor a tierra mojada, a su vez en que un pequeño armario de paredes con bellas ilustraciones, aguardaba tres vestidos bellamente diseñados, cada uno bordado con un mandil y pequeñas bolsas en donde podría guardar lo necesario, así como listones con los cuales sujetarse el cabello. Todo parecía provenir de un cuento de hadas, pero, pese a lo hermoso que todo era, Rose no podía evitar sentirse desanimada ante la mentira que el rey le había dicho.

––Buenoooos días–– siseó Caravelle, apareciendo por la escalera que descendía a l establo––. ¿Cómo dormiste, pequeña flor?

––Bien–– dijo la niña, cabizabaja.

––Vamos, vamos, que los cocodrilos se quedaran sin lágrimas si sigues llorando–– dijo la serpiente, abrazando -a su forma-, la pequeña figura de la niña––. Hoy es un nuevo día, en el que aprenderás a hacer muchas cosas como cocinar, lavar los platos, poner una mesa...

––Nada de eso me servirá para encontrar la rosa–– añadió Rose, en forma de berrinche.

––Pues, si te hace sentir mejor, el rey me ha pedido que yo sea tu tutor.

––¿Mi tutor?

––¡Así es! A partir de hoy trabajaras en la cocina durante las mañanas, mientras que en las tardes seré tu profesor. Te enseñaré todo lo que tienes que saber de historia, ciencias, astrología, lenguas... vamos, que aprenderás muchas cosas conmigo.

––¿Y por qué el rey quiere que sepa todo eso?

––Supongo que tendrá sus razones.

––¿Nadie nunca le pregunta por qué hace las cosas?

La serpiente se mantuvo en silencio por unos segundos, para meditar en su respuesta.

––No–– dijo con cinismo––. Él es el rey, ¿por qué alguien lo cuestionaría?

––¡Porque un rey no siempre tiene la razón!

Caravelle se le quedó viendo por unos largos segundos, sin entender del todo a lo que se refería, por lo que Rose, sabiendo que no llegaría a ningún lado discutiendo con aquella serpiente con poco cerebro, se limitó a bajar de su nuevo hogar y comenzar su día.

Por cuatro años, la vida de Rose había sido prácticamente la misma. Se levantaba todas las mañanas antes de que el sol saliera, para poder recolectar zarzamoras, fresas y moras y llevarlas frescas a la cocina, en donde su labor era aprender del puercoespín quien fungía como el repostero más famoso del reino. Al principio, la cocinera había intentado que la niña aprendiera a preparar toda clase de platillos, pero por alguna extraña razón estos siempre explotaban o huían, hasta que un día Rose encontró su talento en las tartas y los chocolates, por lo que desde ese momento se había dedicado a hacer los postres favoritos del rey, quien siempre mandaba a felicitarla por su arduo trabajo. Después de cuatro años de vivir en Marabellum, el resentimiento que Rose sentía por el rey -acerca de haberle mentido-, ya no era tan fuerte, pero, aun así, desconfiaba mucho de él, a excepción del resto de sus amigos, quienes se habían convertido en su nueva familia.

Su rutina, después de sus labores en la cocina, constaba de ir a comer con todos los cocineros, para después alcanzar a Caravelle -quien ahora usaba lentes-, a la biblioteca real. Cada día cambiaban de materia, por lo que Rose siempre iba emocionada por saber qué aprendería. Ya se sabía toda la historia de ese mundo fantástico, podía hablar hada y ogro, aunque este último a veces le fallaba; lo único que no había podido conseguir entender era la historia del Rey Cuervo, pues siempre que se la preguntaba a Caravelle, este se distraía con otro tema y cambiaba la conevrsación.

Durante las noches, Rose llegaba a la cabaña de la cocinera y el sastre -quienes, para sorpresa de la chica, resultaron ser marido y mujer-, para cenar con ellos y disfrutar de un poco de chocolate caliente, mientras platicaban de su día.

Una mañana, Rose llegó a la cocina con la novedad de que el puercoespín se había enfermado, lo cual era atroz pues ese era el cumpleaños del primer ministro Hipo, por lo que todos en la cocina le suplicaron a Rose que se encargara de hacer el pastel, algo que alarmó a la niña, pues sabía qué clase de tarta quería el primer ministro, y aquella era de la clase más difícil de preparar, aun así, Rose se dispuso a dar su mejor esfuerzo, colocando todos los cuencos en frente de ella, para después ir añadiendo los ingredientes secos. Una vez mezclado, introdujo los ingredientes húmedos y comenzó a batir, dejándose ayudar por las haditas de varios colores, quienes se entusiasmaban con el azúcar mientras hacía toda clase de hermosas figuras marinas con ella.

Una vez el pastel fue retirado del inmenso horno, Rose decoró con sutileza el manjar, hasta haber cread una obra maestra que dejó a todos impactados.

Los pingüinos fueron quienes llevaron la tarta al salón principal, y por unos largos minutos -que a todos se les hicieron eternos-, nadie tuvo mayor opción más que esperar a que alguno de los pingüinos bajara con noticias. Para su sorpresa, quien llegó a la cocina fue nada más y nada menos que el mismo Rey Cuervo.

––¡Rose! –– gritó lleno de emoción, corriendo hacía la niña y alzándola por los aires, en un fuerte y a la vez delicado abrazo––. ¡Tu pastel ha sido todo un éxito! ¡Felicidades!

Ante esto, la cocina se llenó de vítores para Rose, quien, de forma tímida, comenzó a agradecerles a todas, hasta que el rey se aclaró la garganta, con la intención de hacer un anuncio oficial.

––A partir de hoy, el viejo puercoespín se puede jubilar, por lo que nombre a Rose Perkins como la nueva repostera del rey.

LA NIÑA, LA SERPIENTE Y LA ROSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora