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「  ᴇs ʜᴏʀᴀ ᴅᴇ ɪʀɴᴏs 」












Han pasado tres meses desde los segundos juegos.

Tres meses desde que abandoné una arena en la que bailaba continuamente en una danza de sangre y de fuego. Tres meses en donde mi vida había dado un revés de golpe y en donde debía aprender qué nada volvería a ser lo mismo nunca más, al menos lo que había conocido desde siempre.

Ahora estaba en el Distrito 13; un distrito que para mucha gente, incluyéndome, no debía de existir. Un lugar que se suponía que había caído en sombras y que había sucumbido hacía muchos años en cenizas, olvidado en el tiempo según nos decían.

Pero ahora resulta que sí lo hacía, qué sí era real, y que ahora yo me veía obligado a formar parte de una revolución activa y que parecía estar alerta a cualquiera de mis movimientos. Por supuesto, en este nuevo tablero de juego, tampoco tenía ni voz ni voto para cambiar mi destino.

Menos teniendo en cuenta que en los tres primeros meses de mi estadía en las instalaciones de los rebeldes, ellos se habían dedicado a cuidar de mí. Porque sí, en ese tiempo no era capaz de valerme por mi mismo y después de eso, ya no podía darles la espalda. No después de lo lejos que habíamos llegado, todos en realidad.

Si me rendía ahora, todos los sacrificios del camino habrían sido para nada, y no podía cargar con eso.

Hablando un poco de mi tiempo allí encerrado, tengo que admitir que el primer mes me la pasé metido en una habitación personal y privada para mí; dijeron: «Es para el Sinsajo». Según ellos me merecía esos lujos pero, yo pensaba para mis adentros, en ese momento, que solo querían deshacerse de mí. Algo irónico en realidad, porque no dejaban de decirme lo mucho que me necesitaban y lo importante que era para ellos.

El caso, se supone que mi estadía en ese lugar era para acostumbrarme a la pierna ortopédica; a rehabilitarme, en otras palabras. Pero no cumplí sus expectativas, de nadie, por los menos el primer mes. Me quedé la mayor parte del tiempo acostado en la única cama de la habitación sin realmente ganas de nada; nadie podía culparme. Había superado mi límite con todo el mundo, necesitaba tiempo para mí, y encima cuándo uno de mis doctores personales me insistía en al menos probar a caminar varias horas, para adelantar las cosas, lo mandaba al cuerno.

Estaba cansado para todo y ya no era el que había liderado la mayor parte de los tributos de los juegos hacia la victoria. Ese tiempo para mí me hizo darme cuenta de lo mal que estaba. Además, no tenía nada para animarme en aquel tiempo, porque no recibía ninguna visita de las personas que quería, que había salvado. Puede que no se les estuviera permitido hacerlas, no estoy seguro, pero el caso es que no vi a nadie en ese primer mes.

Tampoco pude ver a mis padres, otra vez según ellos, para darme tiempo. Me pareció extraño que ellos no insistieran en verme, pero tras esperarlos por una semana, me dije que no iban a venir. Eso sí, hasta eso pude soportarlo, pero lo peor (y lo que mayormente me dejaba mal casi todos los días) era el hecho de que no me dejaron tener contacto con el resto de mi gente, de mis amigos, de mi hermana..., o de Tommy. Lo echaba mucho de menos.

No pude hablar con nadie y, por supuesto, nadie me decía si estaban bien, si seguían vivos por lo menos. Solo recibía silencio por su parte y bueno, muchas preguntas rutinarias sobre mi estado mental o sobre mi perdida física. Qué sí me dolía la pierna, qué como estaba..., Ese tipo de cosas.

𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇 𝐓𝐎 𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐎𝐂𝐊𝐈𝐍𝐆𝐉𝐀𝐘, Newtmas ( au )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora