Primera parte: El Accidente

1 0 0
                                    

— ¡Te odio! —gritó con fuerza mientras un par de lágrimas escapaban de sus ojos.

Se miró intensamente en el espejo y observo su rostro, lleno de ira y lágrimas que se rehusaban en escapar. Sintió un gran nudo en su garganta, obligándolo a tratar grueso y gruño... Se sentía muy cansado y a la vez asqueado de lo que se había convertido.

— No puedo más... —comenzó a llorar en silencio mientras apartaba la mirada de su reflejo— No creo poder... No puedo.

Las palabras fueron cortadas con un gran suspiro; Alejandro se hallaba frustrado, entre muchas cosas más, y el no saber cómo actuar ante tal sensación le causaba una ira tan grande que cada latido de su corazón profundizaba aún más ese sentimiento en él.

Apretó los puños con fuerza. No pensó dos veces y en un movimiento rápido y ágil, golpeo con violencia el espejo, provocado mil roturas diferentes. Levantó la mirada y una vez más se miró en el espejo. Observando ahora, una imagen abstracta, rota, sin vida; tal y como él se sentía en ese momento.

Sintió un ardor en la mano, pero sonrió con agrado. No le importo la herida en su palma y jugo con su sangre.

— Fue tu culpa... —logró escuchar.

Se levantó con un fuerte resoplido, tosiendo con fuerza y agarrado el aire que Dios sabe por cuanto tiempo le falto. Observó al rededor desorientado, sin saber que paso. Miró parte de lo que parecía ser su auto a unos metros de él. Destrozado. Y comenzó a atar cabos. Tuvo un accidente.

Miró aún más a su alrededor y se dio cuenta de que muchos árboles estaban rodeándolo. Estaba en un bosque, casi al borde del anochecer.

— ¿Qué pasó? —preguntó a la nada.

Intento levantarse, pero fallo. Sintió un dolor agudo en su frente, se palpó con cuidado y observo su mano.

"Sangre", pensó.

Volvió a ponerse en pie y comenzó a caminar, medio tambaleándose de un lado a otro, y algunos pasos más adelante reposó sobre un gran árbol para tomar algo de aire.

— Ayuda... —su voz sonaba entrecortada. Carraspeo y volvió a intentar— ¡Ayuda!

Comenzó a llorar sin más. Sintió la angustia recorrer todo su cuerpo. De repente sintió como su teléfono comenzó a vibrar, lo tomó y contestó con algo de esperanza.

—¿Hola? —sus labios temblaron del nerviosismo.

— ¿Hola? —una voz masculina sonó a través del teléfono. Sonaba asustado— ¿Me puedes ayudar?

— Estoy perdido... —intentó decir mientras aguantaba las ganas de seguir llorando.

Comenzó a sonar como a interferencia.

— Ay Ale... —interrumpió la voz, esta vez sonaba deferente, como cuando te descubren algo malo que hiciste.

Tragó grueso y una fina capa de sudor cubrió su nuca.

— ¿Por qué peleaste conmigo? ¿Por qué no me defendiste? —preguntó lo que parecía ser un joven.

Alejandro abrió los ojos como platos y sintió que todo su cuerpo se tensó como un tronco. Las palabras salieron solas:

— ¿Q-q-q-quién eres? —preguntó con temor.

— Eso ya lo sabes, hermano...

Un par de lágrimas escaparon de sus ojos. Separó su teléfono de su oreja y sintió como su piel se erizó casi por completo.

Miró a todos lados, como buscando una razón aparente o una señal de que estaba en una especie de pesadilla. Pero el frío abrazó de la noche comenzó envolver el lugar y la constante sensación de angustia, le quitaron esas falsas esperanzas.

Retomó otra vez su camino y siguió por unos 10 minutos de caminata, mientras que los pocos rayos del sol cesaban. Cansado, angustiado, con el miedo a flor de piel. Alumbró parte del camino con la linterna de su teléfono y en medio de todo ruido minucioso que te hiela la sangre. Tropezó y cayó al suelo.

Un quejido de dolor salió de él y todo se volvió oscuridad.

— ¡No! ¡Por favor, n...! —el sonido de un disparo interrumpió la súplica de la madre de Alejandro.

Seguido, un grito de un dolor desgarrador inundo el apartamento aquella noche; una noche que Alejandro nunca olvidaría, la noche cuando su hermano menor se quitó la vida.

"Que hice..." pensó mientras lágrimas corrían por su rostro.

Alejandro volvió a abrir los ojos de golpe y sintió un tremendo dolor en su pierna derecha. Parecía estar muy lastimada, capaz, una fractura o un esguince, quien sabe.

— ¿Qué hice? —se preguntó en voz alta como para ordenar sus ideas. Estaba muy confundido, y la oscuridad que lo rodeaba era tan penetrante que lo único que escuchaba era un leve silbido a lo lejos. Ningún animal. Ninguna ave. Solo el tenue sonido del silencio.

Como pudo, se arrastró al árbol más cercano o lo que parecía palpar que era uno. Reposó junto a él y volvió a sollozar.

— ¿Qué hice?

De repente el sonido de una rama quebrándose, corto el silencio.

El Silencio del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora