Parecía un hombre cualquiera, de esos que te encuentras en una cafetería o en la cola para lograr recargar gasolina. Alguien que sencillamente se pasa de largo. Vestía una ropa casual, muy normal; su cabello era medio largo, castaño. Su figura era la de un hombre de treinta y pico de años y sus ojos... Sus ojos... Eso si fue algo inusual, algo completamente diferente; eran de un marrón casi claro tirando al verde, pero, lo que trasmitían era algo que no se puede describir fácilmente.
La sensación que sintió Alejandro al ver esos ojos, fue como si un fuego se encendiera dentro de su pecho. Uno que comenzó a acelerar sus latidos, su respiración, todo su ser. Se sentía raro, como... ¿Amado? ¿Completo?
Sus ojos definitivamente eran como de fuego. Algo espectacular. Algo que nunca había visto.
— ¿Aceptas mi ayuda? —preguntó el hombre.
— ¿Quién... eres?
Casi se quedó sin saliva al pronunciar la pregunta.
— Yo soy el que soy... —respondió mientras se acercaba un poco.
Alejandro esa vez no se lo impidió, sentía como una ráfaga de algo, comenzó a cubrirlo de pies a la cabeza. Rompió en llanto. No pudo mantenerse en pie y terminó cayendo de rodillas.
— ¿Aceptas que te ayude? —volvió a preguntar, mientras se arrodillaba justo al frente de Alejandro.
— ¿Por qué quieres ayudarme? ¿No soy nadie?
Bajo la mirada, apartándola de aquellos ojos. Avergonzado.
— Porque te amo... —declaró— porque quiero ayudarte sanar.
— Me duele tanto... —sus palabras salían atropelladas por el llanto— no fue mi intención.
— Lo sé... ¿Permíteme entrar y sanar lo que esta roto en ti?
Alejandro volvió su mirada al hombre, y sintió otra vez esa increíble sensación, de estar completo.
— Acepto.
El hombre no dudo ni un segundo y lo abrazo con fuerza. Un abrazo tan único que solo no podía imaginar una vida sin sentir lo que estaba sintiendo. Desde ese momento todo cambio dentro de Él. Nada fue y seguirá siendo igual para Alejandro, porque había conocido al amor de su vida.
Abrió los ojos con dificultad, y observó un techo blanco. Rodó su mirada al entorno y se dio cuenta de que estaba en una habitación de algún hospital. Medio dormido intento hablar, pero su madre que estaba a su lado, se sobresaltó y logró abrazarlo.
— Hijo... —soltó entre llantos. Alejandro se sintió raro, pero más vivo que nunca. — pensé que te había perdido.
— ¿Qué paso? —indagó Alejandro, confundió.
— Te encontraron casi muerto en un bosque, justo al lado de tu auto. —terminó de comentar Amelia, luego, nuevamente lo abrazo.
Esa era la primera vez que había abrazado a su madre desde aquella noche, sintió algo de dolor. Se sentía sumamente confundido por todo, no sabía por cuanto tiempo estaba dormido, pero al ver aquel hombre que sin duda nunca olvidaría, parado en una esquina, sonriente. Se sintió otra vez completo. Ahí se dio cuenta que nunca estaría solo, sino que él estaría donde él estaría. Y fue cuando, sin saberlo, decidió extenderle el perdón a su madre.
— Mamá... perdóname. —comentó con dolor— por todo.
La mujer lo miro con ojos cristalizados, rojos y su expresión se conmovió. Con un poco de todas las emociones, se acercó una vez más y lo beso en la frente, mientras decía:
— Tu perdóname a mí, hijo... —sollozo brevemente, pero esta vez de alegría— como te amo, como te amo.
Alejandro sonrió mientras se esforzaba en abrazar con fuerza a su madre. Un abrazo tan profundo que sintió como aquello que sentía dentro de él, que dolía y reclamaba un culpable, se desvaneció para darle paso aun amor tan puro, capaz de contagiar a cualquiera.
Y ese es el amor de Jesús.
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El Silencio del Alma
Mystery / ThrillerEl miedo y la angustia fue lo único que sintió Alejandro en una de sus peores experiencias en su corta vida, pero que, al final, sería la puerta para el inicio de una nueva. Esta es la historia de un hombre quien vivió una vida llena de excesos, per...