VIII - Cristóbal

12 4 0
                                    

Capítulo ocho

Porque te amo con locura

—Cris, ¿te molesta que hoy use el departamento en el que tú y Jere vivían? Necesito atender a una de mis pacientes —me preguntó Mía, mientras me acercaba a ella con la bandeja que había traído para que desayunáramos.

Al final lo de mi padre, a mi manera de ver, había sido más de lo mismo. Él quería que mi hermano y Mía se casaran y utilizaba cada situación de desmejora de su salud para tratar de convencerlos de hacerlo. Por lo que no me preocupaba demasiado. Sin embargo, a Mía le había sorprendido tanto nuestra reacción que nos psicoanalizó mientras nos hacía sex* oral. Una manera poco convencional de hacerlo, pero efectiva, ya que Jeremías y yo aceptamos ir a terapia una vez que regresáramos a España.

Después de eso ella había permitido que hiciéramos el amor con nosotros, no solíamos hacerlo los tres juntos todo el tiempo porque ambos sabíamos que eso la cansaba mucho, pero eran nuestras vacaciones y ella nos quería sentir, había confesado de manera muy sensual. Por lo que habíamos estado toda la noche descargando energía los tres, de la mejor manera posible.

Al despertar Jeremías se había ido a ver a nuestro padre, él aún caía en sus redes. Algo que no me molestaba porque evitaba que yo me tuviera que hacer cargo. Así que aproveché la ausencia de mi hermano y pedí el desayuno a la habitación del hotel para que Mía y yo no tuviéramos que salir de la cama.

—Todo lo mío es tuyo. Aunque, ¿no estamos de vacaciones? —pregunté confundido.

Ella era una buena psicóloga, pero se posponía todo el tiempo y dejaba que sus pacientes acapararan toda su atención, por lo que vivía agotada.

—Lo sé, pero ya le había prometido que iba a verla cuando viniera a Argentina, ya que ella vive aquí y hasta ahora solo hemos tenido sesiones virtuales —me explicó Mía.

—¿Y dónde ibas a atenderla? —pregunté imaginando la respuesta.

—En casa de Ana, pero me da vergüenza ver a Máximo —comentó y automáticamente se sonrojó.

—¿Aún sigues con eso? —pregunté feliz de verla así. Me gustaba mucho que fuera tan tierna.

—Es que dejé que me vea desnuda. Eso es muy vergonzoso. —Ella se tapó el rostro.

—Amor, con Juan y Lau ya hicimos algo así. ¿Por qué te preocupa tanto que sea Máximo?

Nunca en mi vida me había sentido tan celoso de mi mejor amigo. Sabía que Mía me quería, se había tatuado por mí, por mí y por Jeremías. Pero ya había perdido tantas veces en el amor que no podía evitarlo, sentirme inseguro ante el temor de que ella deseara que otro hombre la poseyera. Ya era difícil para mí, saber que a veces ella y Jeremías lo hacían en mi ausencia. Era impensado para mí ponerme de ese modo cuando siempre disfruté de estar con mujeres libres. ¿Sería porque la amaba?

—Es que es distinto. Cuando estuvimos con Laura, ella fue la que nos lo pidió y nosotros solo aceptamos. Pero aquí, ustedes dicen que yo fui la que inició todo —trató de aclararme ella bajando la mirada.

—Si quieres probar esa clase de cosas, solo debes decirnos. Jere y yo podemos instruirte en lo que sea que quieras aprender —le indique, y me subí sobre ella. Necesitaba hacérselo, asegurarme de que me seguía deseando tanto como yo a ella. Era una maldita mierd* estar tan celoso de todo aquel que pudiera pasar incluso por su mente.

—La vez anterior lo hice porque pensé que a ustedes les gustaría. Entiendo que así era su vida, pero...—me explicó y se detuvo.

—¿Qué ocurre? —pregunté dándole tiernos besos en el cuello y en los labios.

—Es que, si ustedes quieren estar con otras mujeres, debo aprender a tolerarlo —respondió y no pude evitar reír.

—¿Quién dijo que queremos eso? —pregunté acercándome a sus deliciosos pechos, parecían hechos por los dioses. Eran redondos, grandes y caían solo por el peso que la gravedad ejercía en ellos, que parecía ser casi nula. ¿Cómo podía tener esos dos dulces y suaves melones tan bien equipados? Me desconcertaba y me excitaba más, lo que hacía que me costara responderle.

—¿Y si un día no soy suficiente? —preguntó ella y me alejé de su cuerpo para poder concentrarme para hablar.

—Mía, ¿tú crees que los juegos sex*ales que hemos tenido como amigos son porque no nos bastaba una sola persona? Estás equivocada, Sirenita —dije y noté que ya no podía decirle así. Su cabello estaba mucho más corto, así que me corregí—. Es decir, mi hermosa Blanca Nieves.

Ella sonrió por un momento y eso ayudó a que los dos nos relajáramos.

—Si bien se disfruta mucho y lo sabes, no es la razón. Y si tuviera que elegir estar toda la vida, solo contigo a estar con el resto de mujeres en el mundo. Me quedaría contigo siempre, tú no solo me excitas, me enloqueces, me pareces la princesa más tierna y ruda que he conocido. No sé cómo explicarlo, no considero que algún día exista alguien que me guste más que tú —le dije siendo más sincero de lo que esperaba.

Aunque contuve mi deseo de decirle que no deseaba compartirla con nadie. Prefería mil veces tener que masturb*rme a diario porque ella no se sintiera bien para hacerlo conmigo, que aceptar de voluntad propia que alguien más metiera su pen* en ella. Me había vuelto un maldito enfermo de los celos, pero ella era todo para mí. Y aunque no lo habíamos conversado aún, una parte de mí estaba seguro de que Jeremías se sentía igual.

—Basta, Cris —me reclamó avergonzada y molesta a la vez. Esa era mi chica.

—Amor, es solo la verdad y espero que este sentimiento nunca se vaya, aunque también espero que no siga incrementando o me volveré loco de amor por ti.

—Cuando te conocí, nunca habría pensado que podrías ser tan romántico —me confesó y entré en ella. No resistía más sentirla tan lejos.

—Cuándo me conociste, no podía darme cuenta de esto —le reclamé y masajeé su interior con mi poll*.

—Cris... —escucharla gem*r mi nombre era lo mejor.

—Amor, voy a tomarte y vas a gritar mi nombre hasta que tu cuerpo sea completamente invadido por mí. Voy a correrm* una y otra vez, y no me detendré hasta que me supliques que deje de hacerlo. Día y noche seré solo tuyo hasta que ya no me quieras tú a mí —le aseguré al oído.

Autora: Osaku

Juegos peligrosos - Ella es nuestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora