VI - Jeremías

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Capítulo seis

Hasta que la muerte nos obligue

—No creo que hoy podamos decirlo —me susurró Mía cuando pudimos estar solos unos minutos.

—Lo haremos cuando tú estés segura de hacerlo —le indiqué, pero suspiró afligida.

Eso parecía ser una carga para ella. Finalmente, nos fuimos de la casa de su padre, mi hermano riendo sin parar mientras Mía parecía querer morirse en vida.

—¿Qué les parece si volvemos al hotel y descansamos un poco? —pregunté.

—Desearía volver a España —comentó Mía desanimada.

—Vida, tenemos tiempo para hacerles saber que estamos juntos. No te preocupes por ello —le pedí. Pero, aun así, cuando llegamos al hotel, se encerró en su cuarto un buen rato.

—¿Qué supones que le esté pasando? —pregunté y Cristóbal me pidió que no me preocupara demasiado.

—Debe estar haciendo un duelo, aunque diga que no, y su familia parezca bastante disfuncional, a ella le molesta saber que tal vez no la aprueben por estar con nosotros.

—No tiene que decirlo —aseguré.

—Mentir no cambia el hecho de que está con nosotros y que es probable que la aleje de su familia —me aseguró mi hermano—. Además, a ti te pasa algo parecido. ¿Quién aún no le puede decir a nuestro padre que Mía no es su prometida?

—Sobre eso —dije y mi móvil sonó. Miré la pantalla, era del hospital donde nuestro padre estaba internado. Cuando atendí me dijeron que había tenido un infarto.

—¿Qué pasó? —me preguntó mi hermano al notar mi expresión.

—Papá, tuvo complicaciones, debemos ir a verlo —dije y Cristóbal miró en dirección al dormitorio de Mía, por lo que miré a mi hermano de nuevo para organizarnos—. Ve a cambiarte, le preguntaré si quiere venir con nosotros.

Entré al dormitorio de Mía y noté que había estado llorando.

—Vida, ¿qué ocurre? —le pregunté y ella me abrazó.

—Temo que nunca seamos aceptados, y que nuestra relación siempre tenga que vivir a las sombras. Odio no poder asumir ante mis padres que somos una pareja —dijo ella y me compadecí. Mía se sentía feliz de que Cristóbal y yo fuéramos su pareja. Eso me hacía feliz, aunque socialmente podríamos ser condenados, deseaba que al menos su familia pudiera darle eso que todos nos negarían al tener un amor que pocos están dispuestos a asumir.

—Lo siento, pero recuerda que vinimos quince días a pasar con las personas que queremos. Tarde o temprano se enterarán y podremos quitarnos un poco de ese peso —le recordé y recordé que debía ir a hablar con el médico. Cuando estaba cerca de ella todo se volvía insignificante—. Cris y yo tenemos que ir al hospital, pero puedes quedarte descansando si lo deseas.

—¿Por qué? ¿Pasó algo con tu padre? —preguntó ella preocupada. Volviéndose la novia incondicional que mi hermano y yo conocíamos.

—Sí, al parecer, tuvo otro infarto —dije y ella se levantó de la cama.

—Dame un segundo para vestirme —pidió.

—Mía, no es necesario que lo hagas. Estás agotada después de tener que ver a tus padres —le recordé.

—No me pidas que me quede. Ustedes son mi familia —dijo ella y Cristóbal entró.

—¿Vamos? —preguntó y Mía se colocó las sandalias, él notó que ella había llorado—. ¿Estás bien?

Su pregunta fue similar a la mía. Ambos nos preocupábamos por ella, al igual que ella por nosotros.

¿Por qué esto no podía ser considerada una relación amorosa?

Llegamos al hospital y nos dejaron entrar. Mía, Cristóbal y yo lo hicimos a la vez porque no había mucho tiempo.

—Qué bueno que estén aquí. Quería darles algo —dijo mi padre, quien apenas podía hablar. Parecía estar muy mal de salud.

Acercó la llave de su casa a las manos de Mía y lo miramos sin entender.

—En el cajón de mi cómoda tengo los anillos que usé cuando me casé con la madre de Jeremías. Me gustaría que lo usaran en su boda.

Miré a Cristóbal, quien no pareció molesto, aunque yo sabía que el compromiso con Mía lo ofendía.

Cuando salimos de ahí, mi padre nos hizo prometerle que ella y yo nos casaríamos antes de que muriera. Ya había dicho eso cuando se había sometido a la primera cirugía y ninguno de los dos lo había tomado en serio. Sin embargo, ahora que parecía no quedarle mucho con nosotros, me pregunté si no era necesario hacer una ceremonia sencilla, para darle el gusto.

—Es una estupidez —espetó Cristóbal—. Papá a menudo trata de manipularnos.

—Lo sé, digo que hagamos una pequeña fiesta donde solo invitemos a Máximo y los demás, puede ser en casa. Le pagaremos a alguien para que finja ser un juez y así papá muera tranquilo. Escuchaste lo que dijo el médico, no saben si va a sobrevivir —expliqué.

—Tampoco dijo que se va a morir —aseguró Cristóbal despectivamente.

—Cris, espera —dijo Mía y tomó su mano, para calmarlo y evitar que discutiéramos—. Para Jere es importante que le demos el gusto a tu padre. Tal vez sea una tontería, pero mal o bien, él los crio. ¿Podríamos darle el gusto? ¿Solo por esta vez?

—Me ponen entre la espada y la pared, se supone que vivimos en democracia, dos contra uno, habitualmente, gana —reclamó mi hermano molesto.

—No lo haremos si tú no quieres. Ya que, aunque seamos dos contra uno, ambos queremos que seas parte de nuestras decisiones, y no queremos lastimarte —explicó Mía y noté como él cedía.

—¿Una tonta ceremonia? —preguntó Cristóbal.

—Solo los amigos —aseguró Mía.

—¿Sin fotos? —Mi hermano pareció convencido, solo deseaba que Mía siguiera mirándolo con esos ojos de cachorrito—. Está bien.

—Gracias, eres el mejor —Mía lo abrazó y yo sonreí—. Tú también.

Ella hizo que me acercara y también me abrazó. Aún no sé por qué acepté complacer a mi padre con esto. Aunque me hacía muy feliz pensar en Mía vestida de blanco, subiendo a un tonto altar, para mí.

—Vamos a la cama —pidió Cristóbal y Mía nos soltó de golpe.

—Eres un degenerado, solo piensas en sex* —lo acusó bromeando y sonreí.

—Claro que sí, y tienes que hacernos la despedida de soltero. ¿Verdad? —Cristóbal esperaba que lo secundara.

—Por supuesto —dije y comencé a quitarme la camisa.

Autora: Osaku

Juegos peligrosos - Ella es nuestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora