[i.] la divinidad es un constructo. los ángeles están destinados a ser criaturas grandiosas y maravillosas. alas de color leche se despliegan, tirando de los omóplatos bañados en un mar de oro. seres que son fragmentos del cosmos mismo, su tacto es reverente, santo. ojos de tinta fundida vuelven su mirada hacia mi cuerpo y retroceden ante el peso del pecado. pero cuando pienso en ángeles, imagino luz. tanta luz. por supuesto, también está oscuro. me imagino a los ángeles como seres bañados por la luz del sol y la fragilidad. criaturas con errores, cargando el peso de todo lo impío, pero también seres de un tipo diferente de pureza. pureza como la explosión de una estrella, un estallido de luz, caos en las llamas y en el destino, nubes de gas arremolinadas de una supernova que envuelven la oscuridad. pureza como fragmentos desordenados de estrellas esparcidas por el cielo. estar en perfecto desorden y aún existir en la divinidad luminosa.
[ii.] la divinidad, como concepto, se acumula en las cosas más pequeñas. los mechones de tus pestañas, el desliz de tus comisuras cuando sonríes, el hueco de tu brazo donde entierro mi cabeza. puede que no seas un ángel, pero la dulzura de nuestro pecado sabe a santidad de las escrituras. nuestro pecado se acumula como la seda que cae de tu hombro y golpea los fríos azulejos del baño. como tu respiración ondula contra mi mejilla, una devoción imprudente. quizás no nos llamen santos, pero la hora dorada de un atardecer estalla en mis costillas cuando estás feliz, y eso me parece un encuentro divino.
[iii.] la divinidad está sobrevalorada. ¿qué tienen los ángeles que yo no tengo, sentada a tu lado, con la luz del sol cayendo sobre tu rostro en una tarde perfecta?
