||Capítulo 13: Fin de algo, principio nuestro||

25 6 0
                                    

Cuando Edme pudo encontrarse finalmente con Stacy la paz volvió a su cuerpo. Sentía cómo al mirarla hacía que se congelara el tiempo, pues era su compañera y la persona a quien le confiaba todas sus cosas. En la escuela poco hablaban, pero cuando lo hacían la pasaban bien. Para este momento Edme halla consuelo en su amiga, quien la escucha atentamente.

—Quiero irme de esa casa —hablé finalmente, después de ocultarme en silencio todo el rato.

—¿Y a dónde irías, Ed? —me abrazó fuertemente, dando consuelo.

—No lo sé, pero parece que la única manera de salir de esto es alejándome por un tiempo de papá. Y en ese tiempo, debo buscar y hablar con mi madre. No le creo ni una sola palabra a ese hombre.

—Obvio, es hombre. ¿Qué crees?

Me río discretamente.

—Si es de tu agrado, déjame acompañarte. Puedo faltar a la escuela, soy la mejor de mi grupo.

—Pero ambas sabemos que el entrenamiento es algo a lo que no puedes faltar.

—Edme.

—Debo hacer esto por mi propia cuenta. —rodé mi cabello sobre mi frente— debo hablar con Abel antes, no es justo irme y dejarlo con una idea equivocada de mí.

—Estaré para ti siempre, sabes dónde encontrarme. Le diré a las chicas que tuviste que salir por un tiempo, por la enfermedad de un familiar cercano.

—Debes hacerlo, estoy segura que lo entenderá —finalizó Stacy dándome un fuerte abrazo.

Salí de su casa con el sentimiento de querer hacer las cosas bien, el primer paso sería no dejarme manipular por mi padre más tiempo; luego explicarle a Abel que lo que haré lo hago por mí no porque algo esté mal con él.

Toda su vida había quedado descontrolada y el único culpable era su padre, el hombre con quien vivía. Si los hombres cambiaran el modo de cómo tratar a las mujeres, las valoraran más y se pusieran en su lugar, todo sería distinto. Claro que existen hombres que son capaces de hacer todo eso, ser buenos hombres con sus hijas, con sus esposas, con sus amigas e incluso con todo el mundo. Pero el señor Hopkins no era nada de eso, era cruel y despreciable. Lo ocultaba muy bien, sabía usar el don de la persuasión tan inteligentemente que ni lo notas.

Dadas las circunstancias, Edme decide buscar a Abel y finalmente lo encuentra, para luego enfrentar su verdad y huir en busca de respuestas por parte de la mujer que le dio la vida.

—Hola. —dije apenas lo vi.

—Estaba preocupado por ti, ¿Estás bien?

—No lo estoy, no del todo.

—¿Qué sucede, Edme? —me preguntó afanado.

—¡Ven conmigo!

—¿Adónde?

—Caminemos, tengo algo importante que decirte.

—Me asustas, mujer.

—Deberé irme. —lo miré directo a los ojos, lucían cansados, como si no hubiera dormido bien en días.

—¿Te vas? ¿Cómo que te vas? —expresó con desanimo— ¿Qué pasará con nosotros?

—Ese es el punto Abel, jamás existió un nosotros. No me gustas, y lamento mucho que las cosas deban terminar así.

—Si nunca te gusté, ¿Qué fue todo eso que nos pasó? ¿A dónde fue la dulce Edme a quien conocí aquella noche en el bar? —noto como su voz se quiebra al unísono con sus palabras.

—Eres lindo, eres un chico increíble Abel, nunca fue mi intención hacerte esto, sólo se escapó de mis manos. No puedo contarte más sobre lo que estoy a punto de hacer porque mientras más sepas, más estarás en peligro.

Nuestras Noches NocivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora