Capítulo 1 - Temari Nara

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Una vez acabada la Gran Guerra Ninja, en las diferentes naciones se vio nacer una sensación de paz nunca antes imaginada en el estilo de vida de una población abocada primordialmente a la jerarquía de los ninjas y expertos bélicos. El Señor del Fuego fue uno de los primeros en aprovechar los años venideros y encargarse de que todas las aldeas bajo la bandera de su país, incluida la Aldea Escondida entre las Hojas, se modernizaran. Los ninjas ya no eran simples mercenarios pagados por los señores feudales o burgueses con aires de grandeza; la merma de trabajo había traído la necesidad inherente de reinventarse.

    Algunos tomaron en sus propias manos dedicarse a trabajos manuales, pudiendo así enfocar sus años de Taijutsu a actividades más mundanas; otros buscaron trasladar sus conocimientos bélicos a la nueva realidad del mundo, fundando imperios económicos a su paso, con ayuda de sus conocimientos de inteligencia y la mente humana. Lo que era estándar para todos los habitantes, civiles o ninjas, era que la nueva generación no debía quedarse estancada en prácticas oxidadas.

    Por esta razón, varias academias ninja a lo largo y ancho del mundo cerraron; solo aquellas más emblemáticas fueron mantenidas a forma de honrar la historia y cultura ninja. Los niños no eran obligados a elegir la profesión de sus padres; sino que eran animados a explorar los nuevos caminos que la paz había abierto.

    Los días desde la ascensión del Séptimo Hokage, Naruto Uzumaki se sucedieron y quedaron en el imaginario colectivo como el punto de transición entre los dos estilos de vida. El Zorro traería una nueva luz, entrelazando tanto a las generaciones viejas, marcadas por la guerra; y las nuevas, que solo veían las desgracias como historias de los libros de clase.

    Ese particular día en la oficina del Hokage parecía excepcionalmente tranquilo. Pequeñas brisas movían las copas de los árboles, anunciando el comienzo de la primavera y la llegada de las alergias estacionales. Se veía a los niños correr y jugar en la plaza junto a la torre del fuego; y el Hokage sonreía frente a aquella imagen, pensando que sus horas fuera de casa valían la pena si permitían a los más jóvenes disfrutar de la paz.

    Naruto volteó a observar el resto de su oficina, repasando con tranquilidad los marcos de aquellos que lo precedieron. Sus batallas habían sido legendarias, y su entrega al pueblo los había llevado hasta la prosperidad que todas las aldeas envidiaban. Se reverenció suavemente frente a la imagen de su padre, susurrando palabras al viento que ojalá llegasen a oídos de Minato.

Creo que por fin entiendo tu entrega... Y, finalmente, puedo ver tus verdaderos sacrificios.

    El joven Hokage trastabilló un poco, casi cayendo al suelo en un momento. La habitación daba vueltas, el sueño parecía estar a poco de vencerlo y, para mayor desgracia, el chakra que utilizaba para invocar a los clones que lo ayudaban en las tareas diarias, menguaba. Cuando Naruto se acercó a su escritorio, buscando refugio y cobijo en la silla de cuero que señalaba tanto su poder como su carga de trabajo, la puerta fue abierta con un seco y brusco movimiento; provocando que el Hokage asumiera posición de combate.

—¡No me lo puedo creer! —Shizune, la que había sido ayudante de no solo uno, sino de dos Hokages. Su experiencia con la burocracia era codiciada, mas tenia un gran coste adicional: excesiva la confianza.

    Una vez su cerebro reanudó las operaciones habituales, Naruto bajó sus brazos, dejando a Shizune hacer lo suyo: quejarse hasta solucionar lo que viniera a hacer, probablemente saltándose los estándares mundiales y evitando preguntar por la bendición de la figura de mayor rango en toda la aldea.

—He trabajado por años en esta oficina, y le recuerdo que mi estadía en su mandato es solo un favor temporal —Naruto asentía suavemente a las palabras de la mujer, mientras ella acortaba la distancia entre ambos—. Ni en tiempos de la Quinta había visto montañas de papeles no solo en este edificio; sino en los ministerios adyacentes.

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