capítulo tres

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La ducha fría no le fue de mucha ayuda.

Hyunjin se dejó caer en el sofá, aun con la toalla húmeda sobre su cabeza. Detestaba los días como aquel. Esos días en los que no tenía sexo en absoluto. Su dolor de cabeza ya estaba firmemente implantado en sus sienes, rodeando su cuero cabelludo y profundizando en forma de punzadas que lo hacían sisear de la incomodidad. Un lunes por la noche no era el mejor día para salir a buscar nada y él lo sabía perfectamente. Aun así, su cuerpo le pedía un poco de atención, la necesitaba.

Exhaló su enésimo suspiro del día y se resignó en silencio, levantándose. Fue apagando las luces del apartamento a medida que caminaba. Agarró una cerveza de la nevera en su camino a la habitación, dispuesta a tomar un trago nocturno y relajarse. Lanzó la toalla sobre la silla del escritorio y se dejó caer en la cama a la vez que abría su cerveza, disfrutando la sensación fría que la lata casi congelada le brindaba. Relajó su cuerpo y se acomodó sobre sus almohadones. Las luces de su habitación también estaban apagadas, solo el resplandor proveniente de la calle le permitía distinguir algo en la penumbra.

Metió su mano libre dentro del pantalón de pijama que tenía puesto a la vez que bebía un sorbo de cerveza. Su mano vagó libremente por encima de su ropa interior, solo acariciando perezosamente su miembro aún no erecto. Le gustaba tomarse su tiempo cuando hacía esas cosas. Usualmente era más brusco y apasionado, cuando estaba con otra persona, pero, consigo mismo, prefería tomarse las cosas con calma y satisfacerse concienzudamente.

Cerró sus ojos mientras se recostaba aún más, quedando semisentado, hundido entre sus almohadas. Las suaves caricias fueron haciendo que una sensación cálida se apoderara de su cuerpo poco a poco. Su mano viajó a la parte interna de sus muslos, sus uñas romas arañando ligeramente su propia piel. Le gustaba concentrarse en esas sensaciones, dejar que cada una de sus terminales nerviosas participara en el juego. Sabía que su propio cuerpo era un baúl interminable de placer, solo necesitaba sacarlo.

Y eso fue haciendo.

Tomó un nuevo sorbo y levantó su camiseta para apoyar suavemente la lata helada sobre la piel de su abdomen. La frialdad del metal rápidamente mandando corrientazos de placer a lo largo de toda su espina. Dejó salir un suave gemido a medio camino entre la incomodidad y el placer. Su mano libre volvió a su entrepierna donde ya se adivinaba un bulto cada vez más grande. Se apretó a sí mismo, aún a través de los boxers, rodeando su propio miembro con sus dedos, alternando la presión que hacía entre una más suave y luego más fuerte, cambiando el ángulo del agarre constantemente. Toda esa provocación de su propia mano lo llevó a tener una erección bien formada en pocos minutos.

Dejó la cerveza a un lado y se quitó su camiseta, arrojándola a sus pies, sobre la cama. La mano que se encargaba de su miembro viajó entonces dentro de su ropa interior y con su mano húmeda y fría comenzó a acariciar sus pezones. Su cuello se estiró con un profundo gemido a la vez que flexionaba un poco sus piernas. Envolvió su propio miembro y comenzó a hacer movimientos breves y lentos en su longitud. La sensación fría en sus pezones creando escalofríos que solo resaltaban su sensibilidad.

Agarró la lata y bebió nuevamente, a la vez que aumentaba la velocidad de su otra mano. Estuvo bastante tiempo solo haciendo eso. Masturbándose a un ritmo suave, jugando con la temperatura en sus manos, intercambiando una con la otra, frío y calor sobre su piel. Después de terminar su cerveza buscó en la gaveta de su mesa auxiliar hasta encontrar una botella de lubricante. Echó una generosa dosis en una de sus palmas y la llevó así a su miembro, disfrutando la humedad que el lubricante le brindaba además de suavizar más el roce entre su mano y su miembro. Fue aumentando un poco la velocidad, no preocupándose por el volumen de sus gemidos, estaba solo después de todo. Tenía una de sus manos en su erección y la otra sobre sus testículos, acariciándolo todo, dejándose llevar por el placer que eso le producía. Conocía su cuerpo, sabía las cosas que le gustaban, así que había dejado lo mejor para el final. Cuando empezó a notar la sensación distante de su orgasmo, relamió sus propios labios y movió su pulgar hasta rozar su glande, la suavidad del lubricante haciendo que se volviera exponencialmente mejor. Amaba dibujar círculos sobre su glande, de forma envolvente y un poco dura. Apretó sus párpados ante la sensación, ya completamente acostado sobre la cama.

Opium       [  hyunin  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora