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{ Desde cero }

Narrador omnisciente

Lunes, 15 de enero de 210

Era un día lluvioso, charcos encharcado los caminos, el barro ensuciándole las zapatillas, la fuerte lluvia avisándole de un próximo resfriado, el eco de los gritos de los que habitaban en la ciudad.

CRUEL había salido a todas las ciudades del país hasta dar con la correcta. La ciudad donde estaban los niños que la humanidad necesitaba para salvarse. Los truenos amenazaban a las furgonetas y las armas estaban cargadas, preparadas.

Abigail observaba todo desde lo lejos.

La niña era sujetada por el compañero de trabajo de su madre, Peter Blackwell, subdirector de CRUEL. Ella no tenía ni idea de lo que hacía allí, la habían sacado por primera vez de las instalaciones para, simplemente, contemplar desde un lugar seguro como los guardias que trabajaban para su madre sacaban a la fuerza a los niños especiales.

Los niños con sangre inmune.

Sangre pura.

A lo lejos, vio como una madre se abría paso entre todos los ciudadanos hasta llegar a las verjas que les impedían acercarse a ellos. No mucho después, uno de los hombres que Abigail tenía a su lado se acercó a la mujer, cogiendo en brazos al niño que lloraba y gritaba.

—¡No! ¡No! ¡Mamá! —Abbie escuchó el eco, la lluvia nublándole una visión clara—. ¡Soltarme! ¡No!

Pero el niño pareció callarse cuando lo dejaron en el suelo, empujándolo a pasar las verjas. Abigail miró a Peter, quien observó su reloj, soltando un resoplido.

—Estamos tardando mucho —fue todo lo que dijo el hombre.

Abigail bajó la mirada cuando escuchó a los perros guardianes ladrar con fuerza cada vez que un nuevo niño o niña se acercaba.

—¡Vamos! ¡Andando! —levantó la vista cuando el niño que había estado gritando hace unos dos minutos fue empujado hacia ellos.

Pero el pequeño resbaló por el suelo mojado y por el empujón, cayéndose al suelo, a pocos metros de Peter y Abigail.

Peter rodó los ojos, soltando un suspiro. Abbie se apresuró a avanzar hacia él, aunque su brazo fue sujetado poco después, llamando la atención del niño.

Y lo vio.

—¿Quién ha dicho que puedes pararte? ¡Levántate! —le gritó Peter a su lado, asustando al castaño.

El hombre que iba a su lado lo sujetó del brazo y lo levantó, metiéndolo de golpe en una de las tres furgonetas que habían estacionadas.

—¡Lizzy! —Abbie se giró cuando escuchó el grito.

Peter sujetó su mano, alejándola un poco más de las verjas. El niño rubio que había gritado parecía forcejear con uno de los guardias.

—¡Sam! —la niña que el rubio llamaba anteriormente intentaba acercarse de nuevo a donde estaba el nombrado, pero dos hombres se encargaban de separarlos.

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