CAPÍTULO 6 | SECRETOS

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Alex observaba por la ventana la calma del atardecer que anunciaba las pocas horas que faltaban para que anocheciera, y el claro del cielo se despedía sin saber cuándo volvería a ser visto, pues las nubes que estaban por su paso amenazaron con no despejarse pronto.

El ruido de la puerta al ser abierta no perturbó ni un poco su nula actividad. Ella, en cambio, sonrió aliviada de comprobar que Alex se encontraba bien, y seguía en el sanatorio. Miró sobre su hombro para dar un Gracias en silencio que para Gaspard no fue difícil leer en sus labios, y cerró la puerta. Con las manos en los bolsillos de su pantalón, dio un paso hacia un lado y recargó su espalda contra la pared, llevando su cabeza hacia atrás para dejar escapar un suspiro.

—¿Alex? —Su voz provocó que el corazón del chico saltara de alegría, pero desorientado, no supo en donde esconder la cara.

Poco a poco fue acercándose, y él supo que no podría ocultarse. En cuanto él se giró hacia ella, pudo notar cómo su angelical rostro se convirtió en preocupación.

—Jane... —musitó, casi sin tiempo a decir más, porque ella ya se encontraba frente a él, con la mirada cristalina, y sus suaves dedos tocando la piel de su mejilla, sin llegar al pómulo donde las precavidas puntas de sus dedos se limitaron y obligaron a no avanzar.

—¿Qué...? ¿Cómo...? ¿Quién te hizo esto? —preguntó con la voz quebrada. Alex juntó las cejas, conmovido por aquella chica que, en un día, le había cambiado su dura existencia por dos años en ese lugar.

Su mano se posó sobre la de ella, y desde el fondo de su alma, le regaló una sonrisa.

—Fue..., un accidente —dijo esquivando su mirada.

—No es verdad —aseguró inclinándose hacia un lado, buscando el par de ojos que no podían mentirles a los suyos.

—Es la...

—No —interrumpió—. Fue ese enfermero, ¿verdad? —Alex frunció más las cejas, esta vez extrañado—. Escuché los ruidos anoche. No pensé que se trataba de ti. Me hubiera gustado poder abrir la puerta, pero no pude.

—¡No! —exclamó alertado, con el corazón acelerado. Tomó ambas manos de la chica para unirlas palma con palma, y después cubrirlas con las suyas—. Prométeme que nunca, escuches lo que escuches, nunca saldrás de tu habitación, ni lo intentarás.

—Pero...

—Por favor —suplicó desesperado.

—No me gusta escuchar que lastiman a las personas, yo no...

—No puedes ponerte en riesgo por los demás.

—¿Y tú sí? —Alex suplicó con la mirada que no siguiera—. Tú me defendiste de ese tal Max, y sabías lo que podía hacerte. Sabías que sus amenazas eran más bien advertencias.

No quiso alterarla más, la había extrañado todo el día y tenerla ahí había sido como un tranquilizante a su ansiedad por el encierro.

—No deberías estar aquí —dijo cambiando la conversación, aligerando la tensión y la angustia de la chica—. Está prohibido.

—Lo sé —Ambos sonrieron, diciendo con sus miradas que no importaba nada que no fuera ese momento. Alex juntó su frente con la de ella, y cerraron los ojos sin decir una sola palabra. El ambiente los envolvió, el silencio los abrazó y el roce de sus narices los hizo sentirse más unidos.

No se conocían de antes, y no era necesario hacerlo si el destino los había unido en ese punto de sus vidas.

—Tienes qué decírselo al director.

El piso de las libélulas |Pasados Ocultos I | En procesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora