Capitulo Uno

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«Aburrida» esa es la palabra que todo el salón usaría para describir la clase de la maestra Agatha, si tan solo se animaran para decirla en voz alta. A menudo la espera se vuelve más insoportable cuando está por terminar, que ironía. Puede que sea la persona menos apta para descifrar lo que mis compañeros están pensando en este momento, pero en definitiva no es algo agradable. Quedan dos semanas para terminar el curso escolar y una de las pocas (casi inexistentes) cosas que compartimos, es el deseo de salir para no volver a este salón.

Han pasado tres años desde que comparto salón con ellos y, aun así, sé que he hablado más con la encargada de la cafetería que con la mitad de ellos. No me molesta, en realidad no podría importarme menos. Nuestro grupo puede no ser el más unido, pero podemos decir que somos bastante aplicados. Muy pocas veces uno de los veinticinco saca una mala nota, pero nunca hemos reprobado.

Al principio era lo contrario; nuestro salón era un caos total durante el primer año, podía escucharse el escándalo a metros de distancia, recordar eso me hace intentar encontrar el momento en donde toda esa camaradería se esfumó, pero en cuanto recuerdo la causante prefiero parar. Ya no hay nada que pueda hacer, después de estas dos semanas no nos volveremos a ver hasta la graduación y después de eso probablemente nunca más, pero por conflictivo y ambiguo que suene, no estoy feliz ni triste por eso.

—Tienen dos semanas para terminarlo. - Espetó la maestra.

Por un momento olvidé que estaba en clases y tuve que recobrar la conciencia de golpe para saber de lo que estaba hablando.

En el pizarrón está escrito "Proyecto final Hablar con extraños". «¿Proyecto final?, ¿a dos semanas de terminar el curso?». Muy pocas veces he estado convencido de que nos sentimos de la misma manera, hoy es una de esas. En definitiva, el deseo de querer aventar todo y salir maldiciendo cada detalle de nuestra existencia es un pensamiento colectivo que nos invade a cada uno de nosotros. Pero nadie es tan valiente para hacerlo o admitirlo en voz alta.

—Perdone, maestra, no entendí ¿Qué tenemos que hacer? — Preguntó levantando la mano Omar, en primer año nos llevábamos bien, incluso caminábamos juntos a la escuela. No sé muy bien cuando nos distanciamos, ni porqué ahora no puede sentarse a menos de 2 bancas de distancia de mí.

Supongo que no era el único que no estaba poniendo atención realmente, siendo sinceros ¿Quién realmente lo está haciendo?

—Quiero que entablen una conversación de por lo menos diez minutos con cincuenta extraños, harán un reporte diario, que como dice el pizarrón deberá tener; el número de personas entrevistadas, en dónde se dieron las conversaciones, un resumen de dichas conversaciones y lo que aprendiste de las mismas.

¿Es en serio?, nos va a poner algo tan pesado, ¿justo ahora que estamos por terminar?

Después de eso el salón se llenó de un silencio, lleno de falso interés por su clase. Claramente nadie está de acuerdo de terminar el ciclo escolar con algo como esto.

Antes de que me diera cuenta ya estaba camino a mi casa. He pasado por las mismas calles que puedo regresar sin tener que ponerles atención a mis pasos. Me he convertido en un títere de la rutina y esclavo de la monotonía. Trato de forzarme a creer que todo es temporal, pero todos sabemos que es un estado perpetuo del que no se puede salir, o tal vez solo de una manera.

La puerta de mi habitación sirve de ancla para para que todos mis pensamientos se disipen en el aire antes de entrar. Vuelvo a perder la conciencia de mí mismo y ya estoy acostado sobre mi cama sin tender, no ha sido un día particularmente agotador, solo estoy cansado.

La alarma de mi celular me despierta de golpe, ya no me sorprende la manera en la que puedo perder doce horas durmiendo y aun así querer seguir soñando. Camino entre la suciedad y el tiradero de mi cuarto aún con el peso de querer volver a acostarme. Después de darme una ducha rápida; me pongo mi uniforme y bajo a comer algo, con el estómago algo confundido, no está cien por ciento seguro si es un dolor normal o el hambre quien lo ataca, después del primer bocado me doy cuenta de que claramente era hambre, después de todo olvidé cenar algo de nuevo.

Camino aletargado por el sueño siguiendo el ritmo de mis pies que ya se saben el camino de memoria. Parpadeo y ya estoy entrando al salón, de nuevo soy el primero. Localizo mi lugar habitual y en cuanto me siento, siento un gran alivio. Tal vez mi mente no registre todo el viaje, pero mis músculos sí, en especial mis pantorrillas.

La flojera se apodera de mí nuevamente y me recargo sobre mi butaca abrazando instintivamente mi cabeza, empiezo dormitando hasta que finalmente el sueño vence.

Ya ha pasado la mitad de la primera hora para cuando recobro la voluntad de levantarme y seguir con mi día.

"! Ha llegado la hora de clase de la maestra Agatha, ella entra por la puerta con esa sonrisa tan extensa y característica de ella.

No entiendo de dónde saca tanta alegría, si se pudiera le pediría compartirla un poco. Hay algo diferente hoy, parece estar esperando algo, pero nadie quiere preguntarle qué.

—¿Nadie va a entregarme su avance? — Preguntó mientras extendía los brazos, esperando una respuesta. Nadie intervino, nos conformarnos con verla sin decir nada, ajenos e inconscientes del silencio incómodo que creamos.

"! El proyecto final¡, la respuesta llegó a mi mente de manera sorpresiva como cuando un balón te golpea por la espalda y te da el trancazo sin ningún aviso.

—Recuerden que vale el 50% de su calificación. — Agregó.

Vuelvo a recargarme sobre el pupitre hasta que eventualmente pasa la hora y después la otra, hasta que nuevamente ya estoy en casa, de solo pisar la entrada me hace sentir cansado.

Me acuesto sobre mi cama intentando responderme a mí mismo la pregunta que ha estado en mi mente por tanto tiempo que ya olvidé la primera vez que me la hice.

En mi conciencia surge, a oscuras esa pregunta que he tejido con una red interminable de pensamientos casi infinitos que se revuelven con mis entrañas y por todo mi cuerpo.

Pero tal vez no es solo una pregunta, tal vez son tantas que no caben y eligieron a una como representante. Tal vez es una que ha engendrado desde sus propias entrañas todo un mar de descendientes y pequeñas réplicas de sí misma. Tal vez es la misma pregunta contada de diferentes maneras.

Tal vez es la misma pregunta la que me trata de confundir y hacerme creer que es más de una, mientras ataca lo que queda del resto de pensamientos que antes podían andar libremente por mi conciencia.

Todas esas preguntas me rodean y me asfixian, pero no me matan. Porque en su retorcida mentalidad, creen que me están salvando. Y yo comienzo a creerles.

Porque yo y solo yo puedo ser el veneno más mortal que pueda existir para mí mismo.

Me pierdo entre el tren de pensamientos y memorias que me recuerdan lo patético que soy. Traté de encerrarlos tanto tiempo que cuando escapan no hay manera de que vuelvan a entrar, hasta que se aburren de estar fuera.

Quizá es el frío en las afueras de mi mente por el que vuelven, nos hicimos dependientes entre nosotros, ellos de mi calor y yo de su compañía. A fin de cuentas, parecen ser los únicos que han estado ahí para mí desde siempre.

Estoy asustado, triste, solo y devastado. Pero llorar o gritar no cambiará nada. Me odio tanto por dejar que sean mis emociones las reinas que rigen mis días. Hay veces en las que no puedo escuchar sus órdenes, pero aun así comandan mis pensamientos y me guían a través del mar de incertidumbre que es mi vida.

Odio no tener la fuerza para levantarme y abandonar la barca en la que me tienen cautivo, pero me da más miedo saltar y ahogarme.

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nadé, que ya olvidé como hacerlo y ni si quiera sé si realmente se nadar. 

Proyecto final: Hablar con extrañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora