Capitulo Dos

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He tratado de amordazar mis malos recuerdos, pero todas las heridas como un mal bordado se abren con el tiempo, incluso las cicatrices que parezcan sanas.

–Es extraño y no es ningún secreto que yo soy raro, pero, últimamente me he sentido así más de lo habitual. Siento que no tengo motivos para compartir este sentimiento porque realmente no nos conocemos. Lo que me hace intuir que esto no es amor.

–Opino lo mismo

–Pero tampoco puedo describirlo de otra manera

Ahora el ambiente entre nosotros se siente pesado, pero no podría definirlo como incómodo. Aunque no puedo estar seguro de nada en estos últimos días.

—Sabes cuando yo... Te escribí ese poema, sé que no lo hice en la mejor versión de mí. Parte de mí quiere alejarse corriendo justo ahora y distanciarme de ti tanto como pueda, pero mi miedo me tiene paralizado. Además, sé que por más que me duela confesarte todo ahora, dolerá aún más si no lo hago.

—¿Porque duele tanto esto?, Si ni siquiera somos algo en realidad. – y se recostó en mi regazo.

Agradezco infinitamente que no me esté volteando a ver la cara; porque el ardor que siento haría quedar al mismísimo infierno como un clima tropical cualquiera, la piel interna de mis mejillas me pellizca y hace que se me tense la mirada en una sonrisa vergonzosa. Tuve que tomarme un momento para responderle.

–El amor duele supongo, pero si algo aprendí del dolor es que es de las formas más certeras para saber que lo has dado todo. La agonía hace consciente al moribundo de que aún sigue vivo.

–¿Entonces admites que es amor?

–Te dije que no tenía otra palabra para describirlo, así que supongo que sí.

Nuestro calor corporal incrementa y puedo sentir su corazón a través de la ropa y creo que late tan rápido como el mío. Permanecimos así unos segundos tan placenteros que mi mente lo alargó por horas.

–¿Vez ese árbol que está ahí? – dije mientras apuntaba a Aike (mi árbol) intentando apaciguar la atención. — Yo lo planté.

Sentir su cabeza girar a esa misma dirección hizo que regresara el sentimiento. Su cabello huele increíble y me pierdo en el resto de los olores que puedo apreciar desde esta distancia; la crema humectante sobre su rostro, el shampoo en su pelo, el labial en su boca, el perfume sobre su nuca, incluso el maquillaje que aplica moderada pero muy atinadamente en las mejillas. Jamás estuve tan desesperado por un beso.

–Es una vara enclenque pero aun así está lista para florecer, igual que su padre. – agregué lo último con evidente sarcasmo.

Ella solo río, pero eso bastó para que de alguna manera la ame aún más. «¿la ame?». Parece que cada vez que creo llegar a un límite, se lo toma como reto personal.

Me he visto morir todas las veces que recuerdo esto, pero aun así no puedo dejar de revivirlo.

De todas las cosas que me hacen daño a diario, es irónico que son los buenos recuerdos quienes ya ni se esfuerzan en herirme.

«Que estúpido» es mi primer pensamiento al levantarme de mi cama. Pero no sé si hablo del yo que está atrapado en el pasado, o mi yo del presente que tampoco le permite descansar. Supongo que en realidad es de ambos.

Me levanto; me visto, como no porque yo tenga hambre, sino porque mi cuerpo lo necesita, a pesar de que hay un dolor estomacal que me atormenta desde hace tiempo. Un dolor que no es precisamente por problemas digestivos es algo más que no sé qué sea.

Para cuando entro al salón el dolor se ha atenuado y me sumerjo de nuevo en un sueño profundo.

–¿Solo ustedes me van a entregar? – Pregunta la maestra Agatha

Miro el reloj, han pasado tres horas.

Luego miro hacia el escritorio de la maestra, hay tres personas paradas; Leire, Isaac y Enrique.

Leire era mi mejor amiga, conozco muy bien las razones por las que ya dejamos de serlo, pero aun así eso no quita que siga extrañando su amistad.

Isaac y Enrique son del último año. Enrique trató de ser mi amigo las primeras semanas ya que lo sentaron al lado de mí. Un día solo dejó de hablarme.

Omar se levanta y camina hacia dónde están, ahora hay cuatro personas de pie junto al escritorio.

– Faltan veintiuno de ustedes.

Después de revisar. El resto de la clase, la maestra se la pasó hablando sobre la responsabilidad y como no debemos bajar nuestro rendimiento aun cuando falten dos semanas.

Me sorprende lo poco que me importa; siento que debería preocuparme el hecho de que no he hecho nada del proyecto y aun así no avanzo, me he quedado estancado en un punto sin retorno en donde ya nada parece importarme realmente. Donde todo me da igual y al mismo tiempo me preocupa.

Ayer fue una buena noche, pude dormir seis horas continuas. Es temprano y el sol me saluda desde mi ventana. Bajo a desayunar; me baño, me visto y al salir tengo el presentimiento de que estoy olvidando algo. Pero aun así salgo y camino a la escuela.

Entro al salón con un mal presentimiento, algo me falta. Me siento en mi lugar habitual y dejo las horas transcurrir, como es habitual. Llega la maestra Agatha y se sienta en el escritorio.

– Pasen a que les revise su avance.

Era eso lo que me faltaba 

Proyecto final: Hablar con extrañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora