01; Borregos.

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El día a día de Calista comenzaba de la forma más primitiva. Con su canasta al hombro recorrió el bosque en busca de su desayuno, reconociendo víveres y algunos frutos comestibles por los alrededores. También llevaba una bolsa de piel por si encontraba algo interesante y útil.

La vida que tenía no se comparaba en nada con la cómoda vida moderna, y con razón porque ya no estaba en el mundo moderno. Hacía ya un año que había despertado misteriosamente en ese mundo primitivo, donde existían estos tales “orcos” que eran casi humanos con características y comportamientos de animales que se dividían en clanes.

Un mundo matriarcal en el que lo más importante para una mujer era tener una (o varias) parejas que le proveyeran y no mover un solo dedo para nada más, ni más ni menos. Un sueño hecho realidad, ¿No?

Pues no para ella. Había tenido suerte de despertar cerca de un clan de orcos pacifistas mitad ovejas, que la ayudaron a orientarse y saber más del mundo donde había sido traída, o de lo contrario no sabría que hubiera sido de ella.

Entró en una horrible depresión al no saber cómo volver a su casa, pero fue la compañía gentil de esa manada que la hicieron sentir bienvenida y segura.

—¡Ah, jengibre!— Chilló de felicidad al encontrar dicha raíz, pensando en que podría canjearla por alguna cosa útil en la aldea orco. Se lo acercó a la nariz y lo olfateó, el picor que sintió casi al instante en sus fosas nasales le hizo saber que era de buena calidad. —¡Ah~! Podré conseguir un poco de cuerda y arroz con esto, que bien.

Sabiendo que había comenzado bien la mañana recogió todo el jengibre que le cupo y siguió buscando alguna otra raíz útil.

“Sería genial si pudiera encontrar algo de romero, mi cabello de verdad lo necesita”, pensó, rascándose la parte de atrás de la cabeza.

Y entonces siguió buscando.

✓✓✓

Calista llegó finalmente a la aldea orco tras una expedición exitosa. Y la alegría de desbordaba en su semblante como prueba de eso.

Aunque tenía la cara pintada como un payaso, se convirtió en el centro de atención de los orcos, varias mujeres la saludaron como era costumbre, una de ellas incluso le puso una flor en el pelo porque pensó que combinaba con su cabello lleno de rizos indomables, y una multitud de jóvenes adultos machos siguiéndola desde lejos como un rebaño obediente. ¿Sus intenciones? Cortejarla, claramente.

En una sociedad prehistórica como esa la mayor prioridad para todos los seres era asegurar que su sangre pasara a la siguiente generación. Un ideal que no iba en lo absoluto con los planes de Inés. Con eso dicho, sumado al hecho de que por lo que había aprendido durante su estadía la población masculina era mayor que la femenina, era claro afirmar que por cada mujer en ese mundo habría una manada de hombres cachondos buscando conquistarla y hacerse su pareja a como dé lugar.

—¿Todo ese alboroto allá afuera lo causaste tu? Parece que sigues siendo tan popular como siempre, Inés.— Dijo el anciano curandero del clan al verla llegar con prisa a su casa. Un viejito cálido que la había recibido bajo su atento cuidado, adoptándola como su protegida y convirtiéndola en su aprendiz, dos cuernos enormes sobresalían de su cabeza (resultado de la edad y un símbolo orgulloso de su estatus), su cabello lleno de canas parecía tan esponjoso y brilloso como la lana que crecía por su cuerpo.

¡Quiero una vida pacífica en este mundo de bestias!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora