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Me preguntan que me gusta de mi cuerpo.

Nada.

Y esa es la cuestión.

Nada, pero no me enfrascó, bueno, no lo suficiente como para durar horas frente al objeto reflejante señalando que puedo cambiar o mover, no, yo lo corto, y también el tema.

El problema viene cuando preguntan que cambiaría y llego yo a decirles que nada, porque quizás de tanto que no quiero lo que deseo no encajaría.

Y esque la sangre suele hablarme.

Despedirse de mí llegando hasta la punta de mis dedos para caer, susurrando su "adiós" pero no la despedida triste dónde te das cuenta de que debes detenerte.

No.

Se despide riendo, sabiendo que trás su tono haré tajada trás tajada hasta oír más y más palabras que indican que algo se va.

Y esque como no va a ser precioso el rojo, si yo lo he sacado de mi cuerpo por mera diversión. Claro, digo diversión para no decir noches de tristeza que me llevan a rendirme bajo las sábanas.

Poniendo mi brazo a disposición de la plata y el acero inoxidable, para sacar el más puro de los rojos, aquel que por más que duele es preferido. Aquel que detiene las voces del cerebro para obtener su propio todo arrogante. Que no se calla con el caer del agua. Buscando ahogar aquello que no deja de salir por las extremidades dañadas.

Y esque cuando mi ser no puede respirar las líneas hechas parecen tomar oxígeno de más para hacerlo exhalar e inhalar de nuevo, dándome vida prestada para pagarle con dolor.

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