17 de febrero

21 1 0
                                    


17 de febrero

Soy el hombre más feliz de la tierra. Harry. ¡Harry! No puedo escribir. No podré dormir. ¡No importa!

No se hizo esperar. A las 3.30, en punto, Louis la vio descender del automóvil de sus padres, en la puerta del cine. ¡Qué lindo! ¡Qué bien le quedaba aquel traje verde! Era la primera vez que lo veía con tacón alto. Más alto, más bonito, más gracioso. Parecía un pato en una revista para niños, una revista en colores para niños. 

—Harry. 

—Hola, Louis. ¿Y tus amigos? 

—Nos esperan adentro. Están guardándonos sitio. Ya tengo las entradas. 

—Gracias.

Louis sabía dónde estaban sus amigos. Avanzó hacia ellos, y esperó de pie, mientras Harry los saludaba. Se sentía incapaz de hacer lo que tenía que hacer, pues temía que el se diera cuenta de que todo aquello estaba planeado. Sin embargo, Harry, muy tranquilo y sonriente, parecía ignorar lo que estaba pasando. Se sentaron. 

—No se vayan —le decía Louis al Chino, que estaba a su izquierda. Pero el Chino no le hacía caso.

—No te vayas, Pepe. 

—No te muñequees, Louis —dijo Pepe, en voz baja, para que Harry no lo escuchara.

Las luces se apagaron, y empezó la función. Louis sentía que alguien golpeaba su butaca por detrás: «Es Luke». Harry miraba tranquilamente hacia el ecran, y no parecía darse cuenta de nada. Estaban pasando un corto de dibujos animados. Faltaba aún el noticiario, y luego el intermedio. Louis no sabía cómo se llamaba la película que iban a ver. Había enmudecido.

Durante el intermedio, Harry volteó a conversar con Carmen y Vicky, sentadas ambas en la fila de atrás. Louis, por su parte, conversaba con Luke y Stan. Le parecía que todo eso era un complot contra Harry, y se ponía muy nervioso al pensar que podía descubrirlo. Miró a Carmen, y ella le guiñó el ojo como si quisiera decirle que las cosas marchaban bien. Harry, muy tranquilo, parecía no darse cuenta de lo que estaba pasando. De vez en cuando, miraba a Louis y sonreía. Las luces se apagaron por segunda vez, y Louis se cogió fuertemente de los brazos de su asiento.

No podía voltear a mirarlo. Sentía que el cuello se le había endurecido, y le era imposible apartar la mirada del ecran. Era una película de guerra y ante sus ojos volaban casas, puentes y tanques. Había una bulla infernal, y, sin embargo, todo aquello parecía muy lejano. No lograba comprender muy bien lo que estaba ocurriendo, y por más que trataba de concentrarse, le era casi imposible seguir el hilo de la acción. Recordó que Pepe y el Chino se iban a marchar pronto, y sintió verdadero terror. Harry se iba a dar cuenta. Se iba a molestar. Todo se iba a arruinar. En el ecran, un soldado y una mujer se besaban cinematográficamente en una habitación a oscuras. 

—No veo nada —dijo Pepe—.Voy a cambiarme de asiento. 

—Yo también —agregó el Chino, pidiendo permiso para salir.

«Se tiene que haber dado cuenta. Debe estar furioso», pensó Louis, atreviéndose a mirarlo de reojo: sonriente, Harry miraba al soldado, que continuaba besando a la mujer en el ecran. «Parece que no se ha dado cuenta», pensó mientras sentía que sus amigos, atrás, empezaban nuevamente a golpear su butaca. «Tengo que mirarlo». Pero en ese instante estalló una bomba en el ecran y Louis se crispó. «Tengo que mirarlo». Volteó: en la oscuridad, Harry era el chico más hermoso del mundo. «No pateen, desgraciados». Pero sus amigos continuaban. Continuaron hasta que vieron que el brazo derecho de Louis se alzaba lentamente. Lenta y temblorosamente. «¿Por qué no patean ahora?», se preguntaba suplicante. Se le había paralizado el brazo. No podía hacerlo descender. Se le había quedado así, vertical, como el asta de una bandera. Alguien pateó su butaca por detrás, y el brazo empezó a descender torpemente, y sin dirección, Louis lo sintió resbalar por la parte posterior del asiento que ocupaba Harry, hasta posarse sobre algo suave y blando: «La pierna de Vicky», se dijo, aterrorizado. Pero en ese instante, sintió que alguien lo levantaba y lo colocaba sobre el hombro de Harry. Lo miro sonriente, la mirada fija en el ecran, Harry parecía no haberse dado cuenta de todo lo que había ocurrido.

La moda: formidable solución para nuestra falta de originalidad. El Parque Salazar estaba tan de moda en esos días, que no faltaban quienes hablaban de él como del «parquecito». Hacía años que muchachos y muchachas de todas las edades, venían sábados y domingos en busca de su futuro amor, de su actual amor, o de su antiguo amor. Lo importante era venir, y si uno vivía en el centro de Lima y tenía una novia en Chucuito, la iba a buscar hasta allí , para traerla hasta Miraflores, hasta el parquecito Salazar. Incomodidades de la moda: comodidades para nuestra falta de imaginación. Esta institución cobró tal auge que fue preciso que las autoridades intervinieran. Se decidió ampliar y embellecer el Parque. Lo ampliaron, lo embellecieron, y los muchachos se fueron a buscar el amor a otra parte.

Louis no comprendía muy bien eso de ir al Parque Salazar. Le incomodaba verse rodeado de gente que hacía exactamente lo mismo que él, pero no le quedaba más remedio que someterse a las reglas del juego. Y dar vueltas al Parque, con Harry, hasta marearse, era parte del juego. No podía hablarle, y tenía que hablarle antes de que se enfriara todo lo del cine. «Esperaré unos minutos más, y luego le diré para regresar a casa de su amiga», pensó. Era la mejor solución. El no se opondría, pues allí la iban a recoger sus padres, y en cuanto a la amiga, lo único que le interesaba era estar a solas con su enamorado. Tampoco se opondría. Sus amigos habían decidido dejarlo en paz esa noche. Les había prometido declararse, y estaba dispuesto a hacerlo.

Caminaban hacia la quebrada de Armendáriz. Harry había aceptado regresar a casa de su amiga, y pasarían aún dos horas antes de que vinieran a recogerlo. Tendrían tiempo para estar solos y conversar. Louis sabía que había llegado el momento de declararse, pero no sabía cómo empezar, y todo era cosa de empezar. Después, sería fácil. 

—Llegamos —dijo Harry.

—Podemos quedarnos aquí, afuera.

Era una casa de cualquier estilo, o como muchas en Lima, de todos los estilos. Un muro bastante bajo separaba el jardín exterior de la vereda. Al centro del muro, entre dos pilares, una pequeña puerta de madera daba acceso al jardín. Louis y Harry se habían sentado sobre el muro, y permanecían en silencio mientras él buscaba las palabras apropiadas para declararse, y el otro estudiaba su respuesta. Una extraña idea rondaba la mente de Louis. 

—Harry. ¿Me permites hacer una locura? 

—Todo depende de lo que sea. 

—Di que sí. Es una tontería. 

—Bueno, pero dime de qué se trata. 

—¿Lo harás? 

—Sí, pero dímelo. 

—¿Podrías subirte un momento sobre este pilar? 

— Bueno, pero estas chiflado.

Lo amaba mientras subía al muro, y le parecía que era un muchacho maravilloso porque había aceptado subir. Desde la vereda, Louis lo contemplaba mientras se llevaba ambas manos a las rodillas, cubriéndolas con su falda para que no le viera las piernas.

—Ya, Louis. Apúrate. Nos van a ver, y van a pensar que estamos locos.

—Te quiero, Harry. Tienes que ser mi enamorada.

—¿Para eso me has hecho subirme aquí?

Harry dio un salto, y cayó pesadamente sobre la vereda como una estatua que cae de su pedestal. Lo miró sonriente, pero luego recordó que debía ponerse muy seria. 

—Harry... 

—Louis—dijo Harry, en voz muy baja, y mirando hacia el suelo—. Mis amigas me han dicho que cuando un muchacho se te declara, debes hacerlo esperar. Dicen que tienes que asegurarte primero. Pero yo soy distinto, Louis. No puedo mentir. Hace tiempo que tú también me gustas... Tú también me gustas, Louis...

A las 9 de la noche, los padres de Harry vinieron a recogerlo. Louis lo vio partir, y luego corrió a contarles a sus amigos por qué esa noche era la noche más feliz de su vida.

Una mano en las cuerdas - L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora