-𝐌𝐞 𝐡𝐚𝐬 𝐭𝐫𝐚𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐝𝐨, 𝐲 𝐬𝐞𝐫á𝐬 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐝𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐥𝐥𝐨- 𝐬𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫ó 𝐀𝐭𝐞𝐧𝐞𝐚.
Tenemos que remontarnos a la legendaria polis de Atenas para saber qué le pasó a la joven
Myrmex, ¿querrás acompañarme?
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Olimpo
El trío de diosas vírgenes formado por Hestia, Atenea y Ártemis se hallaba reunido degustando néctar divino y deliciosas uvas como acompañamiento. El principal tema de conversación era una fuerte discusión que tuvo lugar entre Ares y Afrodita porque esta última durante la larga ausencia de Ares en el Olimpo tuvo a Apolo por amante. Hestia no dio crédito a lo que Ártemis le iba contando respeto a ese jugoso cotilleo. Mientras tanto Atenea permanecía completamente ausente en la conversación porque se abstrajo en sus pensamientos. La diosa del hogar enseguida se dio cuenta de ello y Atenea sin haberlo pretendido se convirtió en protagonista del nuevo tema de conversación.
— Atenea, no has prestado nada de atención a lo que Ártemis nos ha confiado. Es evidente que últimamente estás más distraída, ¿qué sucede?— señaló Hestia mientras se llevaba una uva a la boca.
La diosa guerrera negó con la cabeza, indicando así que no quería hablar de ello y deseó que su tía y su hermana no indagaran en el tema. Por desgracia la naturaleza curiosa y cotilla de Ártemis no le garantizaría librarse de contestar a esa pregunta. Y su tía Hestia no se detendría hasta sonsacarle toda la información.
— Es cierto, ¿ por qué estás distraída? — preguntó Ártemis deseosa de saber qué se le pasaba por la cabeza a su hermana.
— Por nada— repuso Atenea haciendo el amago de abandonar la reunión.
La suerte no estuvo de su lado porque Ártemis fue más rápida y la agarró del brazo impidiendo su marcha.
— Eso no es verdad, ¿qué pasa, te gusta una mortal? — inquirió la diosa de la caza provocando que Atenea se sonrojara de vergüenza.
— N... no— contestó ella tomando nuevamente asiento.
Golpeó su frente al darse cuenta de que sus nervios le habían delatado por completo y deseó ser tan hábil en la mentira como su hermano Hermes, el cual era capaz de mentir al mismísimo Zeus.
— Sobrina, ¿es eso lo que te pasa? — preguntó Hestia al estudiar con detenimiento su lenguaje no verbal.
— Algo así...— reconoció al fin Atenea en voz alta y enseguida se arrepintió de haberlo hecho.
Ártemis y Hestia intercambiaron miradas porque Atenea no era una diosa que sucumbiera como los demás dioses en las pasiones y en los bajos instintos que despiertan los deseos carnales. Hestia no sabía qué decir porque jamás había tenido ningún amante dios o mortal y no podía estar más perdida e incómoda en esa conversación. Ártemis por el contrario encontró muy divertido el rumbo que estaba tomando la conversación y estaba más que dispuesta a compartir las experiencias que tuvo con numerosas bellas mortales y ninfas que componían su leal séquito con sus confidentes.
— ¿Y cuál es el problema? — preguntó la diosa de la caza.
Atenea deseó que se la tragara la tierra para evitar tener que hablar de algo tan incómodo y embarazoso para ella.