𝐈𝐕 |τέσσερα|

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Templo del Partenón, Acrópolis de Atenas

"La confianza es una palabra cargada de significado y no todos son dignos de ella".

Myrmex quiso confiar plenamente en Atenea pero una voz en su interior le decía que no debía hacerlo porque un mortal jamás lograba estar a salvo de los juegos y caprichos de los dioses. Y aun más rabia le producía esta situación porque la diosa le había demostrado con actos que era digna merecedora de su confianza. La hija de Zeus no tardó en caer en la cuenta de que su mortal no terminaba de confiar plenamente en sus intenciones y si bien eso le dolió, decidió apartar esos pensamientos, confiando en que pasado el tiempo Myrmex confiaría plenamente en ella.

***

El tiempo siguió su curso habitual sin incidencias y llegó el esperado momento de la anunciación de la joven que se convertiría en sacerdotisa del Partenón. Como era de esperar, Myrmex salió electa y gran envidia sintió Apolonia al no haber escuchado su nombre. No obstante, la sacerdotisa veterana indicó que debía escoger una segunda sacerdotisa para el templo. La joven rival de Myrmex oró en silencio a la diosa de los ojos glaucos para que intercediera en su nombre. Finalmente Apolonia salió elegida y no se debió a la ayuda de la diosa, sino a que sus padres se reunieron clandestinamente con la sacerdotisa para entregarle un soborno.

Myrmex recibió la noticia con gran orgullo y supo que toda su preparación había merecido la pena porque ocuparía un puesto de suma influencia. Y Atenea no tardó en reunirse con ella con el propósito de celebrar esa buena noticia.

— Esta noche eres mi invitada...— comentó Atenea abrazando a su amante moral por la espalda.

— ¿Qué planes tienes en mente? — preguntó Myrmex conteniendo un gemido al sentir un suave mordisco en su cuello.

— Si te digo lo que tengo mente no será tan emocionante, ¿no crees? — respondió la diosa.

***

Atenea una vez más tuvo razón y la adrenalina recorrió el torrente sanguíneo de Myrmex cuando la diosa le invitó a subir junto a ella a su carro tirado por pegasos. La joven mortal parpadeó numerosas veces con incredulidad al admirar a tan hermosas y fascinantes criaturas. Los pegasos relincharon a modo de saludo al verla y Myrmex no pudo resistirse a acariciar a uno de ellos. Glauco, hijo de Pegaso, relinchó con gran alegría al recibir caricias de la acompañante de su ama. Atenea sonrió enternecida al contemplar esa escena y acarició a su otro pegaso, Palas, llamado así en honor de su difunta compañera de armas.

— Es evidente que les agradas— señaló Atenea al ver cómo ambos pegasos se peleaban por recibir las atenciones de la mortal.

— Son las criaturas más espléndidas que he podido contemplar en mi vida— admitió Myrmex mientras acariciaba ahora a Palas.

MYRMEX |adaptación mitológica|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora