El Maratón

1

La alarma de su reloj deportivo la despertó con su molesto pitido seguido de una canción que lo intentaba, pero no era nada relajante.

Ella se quedó en la cama, aún con los ojos cerrados, frotándose las sienes y meditando si realmente era una buena idea levantarse o no. Realmente no iba a volver a dormirse, no lo conseguiría, así que, pareciendo un zombi, se irguió perezosamente y se metió en el baño.

Se preguntaba, como todas las mañanas de lunes, miércoles y viernes, en qué momento se le había pasado por la cabeza establecer ese tipo de rutina. Se acostaba a las seis de la tarde esos días de la semana en los que tenía que despertarse a las tres y media. Era agotador.

Salió del baño tras lavarse la cara con un agua tan helada que la despertó de golpe.

Algo más animada, se puso a dar saltitos para activarse y se fue a la cocina para comer algo rápido, una barrita energética en esta ocasión, y acto seguido se fue corriendo a su habitación de nuevo, esta vez para vestirse rápidamente.

Cuando ya tenía puestas las mallas cortas y la camiseta de manga corta que siempre llevaba a pesar del frío de ese febrero, salió de su pequeño piso, anudándose los cordones de las zapatillas en el ascensor y atándose improvisadamente el pelo con ayuda del espejo que había en el portal de su edificio.

Cuando salió por fin ya eran las cuatro pasadas, y Noah parecía algo harta de esperar.

—¡Perdona! He tardado un poco más de lo previsto.

Mientras se abrazaban como saludo, Noah sonrió y, al separarse segundos después, la miró con una ceja enarcada.

—Tu siempre tardas "un poco más de lo previsto"—hizo comillas con los dedos.

Se rieron mientras iban caminando hacia un parque natural en el que había un circuito de un kilómetro justo y con los metros marcados de cien en cien.

Noah era amiga de River desde el colegio. Se conocieron entrenando, cuando River tenía 12 y Noah 10 años. Desde entonces se habían hecho muy amigas e iban juntas a entrenar.