Capítulo 1

7.1K 63 0
                                    

Sentirlo dentro de mí cuerpo siempre fue un placer indescriptible, desde la primera vez en que hicimos el amor, desde el primer instante en que me permitió experimentar la forma tan sublime y sensual como me penetraba, haciéndome sentir su calor y la fuerza con la que su miembro se apoderaba de mi interior, arrancándome gemidos que no logré controlar en ninguna de las ocasiones en que mi hijo me hizo su mujer.

¿Cómo fue que llegué a un punto en el que me convertí en su amante? ¿De qué manera comenzó todo? ¿En qué momento supe que me había enamorado de mi hijo y dejé de concebir una vida sin saberme su mujer? Bueno, supongo que para responder tal clase de preguntas, debo comenzar por el inicio, cuando mi hijo me pidió que le enseñara a hacer el amor, ante el miedo que su novia de aquel entonces lo abandonara por no saber cómo la debía complacer.

***

- ¡Ya te he dicho que solamente es un viaje de trabajo! ¡Por si no lo recuerdas, desde que tú eras mi secretaria, esos viajes ya eran comunes en la empresa! ¡Así que ya va siendo hora de que...!

- ¡Lo que recuerdo muy bien es lo que tú y yo hacíamos en esos viajes! ¿O ya te olvidaste de todas las noches que pasamos cogiendo mientras tu mujer te esperaba en casa?

- Eso era diferente - dijo Gerardo en un tono de voz completamente distinto, sin exaltarse, sin gritar, fingiendo que el camino por el cual conducía era más importante que nuestra discusión, mientras nos dirigíamos en el auto de vuelta a casa, en una tarde lluviosa de domingo tras haber ido a comprar la despensa de la semana - yo estaba enamorado de ti y mi esposa hacía mucho tiempo que no...

- ¿Que no te hacía el amor? ¿Que no te hacía feliz? ¿Sabes cuánto tiempo llevamos sin que me toques siquiera? ¿Sabes cuánto tiempo llevas con esa actitud amargada y grosera conmigo? Siempre que quiero hacerlo estas cansado y lo mismo pasa cuando quiero platicar contigo, claro, eso cuando estás en la casa, porque últimamente pasas más tiempo de viaje con alguna puta de tu trabajo que conmigo ¡Ay, ten cuidado! - grité cuando el carro se jalonó para orillarse y luego frenó de pronto, tan abruptamente que de no haber tenido el cinturón puesto, seguramente me hubiera estrellado contra el parabrisas del auto. Gerardo me tomó con fuerza del brazo, provocándome mucho dolor al hacerlo, mientras me fulminaba con la mirada y mi cuerpo era invadido por el miedo.

- ¡Escúchame muy bien, Adriana! ¡Porque ya estoy hasta la madre de repetirlo! - dijo, levantando mucho la voz, haciendo que me sobresaltara, que bajara la mirada ante el temor que su violenta reacción me provocaba - ¡Te guste o no! ¡Las cosas son como son y yo tengo que viajar continuamente por mi trabajo! ¡El mismo empleo que he tenido desde que me conociste! ¡El mismo que les ha dado de comer a ti y ese bastardo que tienes por hijo! ¡Pero si tanto te molestan mis viajes y tanto te enfada la idea de que me pueda estar cogiendo a otra! ¡El día que quieras te firmo los papeles del divorcio y terminamos con esto! - una sonrisa malvada se dibujó en sus labios y su tono de voz se hizo más suave, como si me estuviera seduciendo - seguramente eso te haría muy feliz ¿Cierto? Porque seguro que con la miseria de pensión que me podrías sacar, vivirías rodeada de los lujos que tienes en casa ¿No? Y es un hecho que tu hijo tendría una educación de primer nivel ¿Cierto? - dijo esas últimas frases riendo con sarcasmo, mientras me miraba de una forma altanera y despectiva, sonriendo al ver cómo se derramaban mis lágrimas, sabiendo que me había vencido pues jamás aceptaría lo que supondría separarme de él, ya que sin Gerardo yo nunca podría darle a mi hijo la educación ni tampoco el nivel de vida que le proporcionaba mi esposo, a pesar de que César no era su hijo. No pude pronunciar una sola palabra ni levantar la cabeza tras la amenaza de Gerardo, simplemente permanecí como estaba, con la cabeza agachada, sin dejar de llorar ni ser capaz de detener mis sollozos, resignada a un destino que no podía cambiar y ante el cual debería quedarme callada para no irritar más al hombre que me mantenía - sí, eso creí, es claro que una vez que una mujer se convierte en puta, jamás dejará de serlo - me espetó, sin que yo lograra reaccionar de forma alguna, pensando que después de todo y sin importar lo que yo pudiera decir o hacer, él me tenía en sus manos.

Adriana: lecciones de amor con mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora