Capítulo 11

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Tal y como lo supuse, no tardó mucho tiempo en desvanecerse aquella actitud bondadosa y amable que mostró Gerardo al regresar de su viaje, adoptando una vez más los viejos modos, las palabras hirientes, la superioridad que se empeñaba en demostrarme en cada ocasión en que encontraba una oportunidad para degradarme, algo que empeoró cuando sus escapadas comenzaron a hacerse más frecuentes, llegando al extremo de dormir en nuestra alcoba apenas un par de noches a la semana antes de volver a ausentarse por algunos días.

Por mi parte no tenía problema con su ausencia y supongo que para César aquello tampoco representaba una molestia en particular, pues el que Gerardo no estuviera en casa nos daba libertad de comportarnos como hombre y mujer, de hacer el amor sin importar en dónde nos encontráramos y darle rienda suelta a ese lindo romance que habíamos desarrollado; sin embargo, el fantasma de un posible divorcio seguía rondando entre nosotros de una forma tan presente que se convirtió en algo de lo que deliberadamente evitábamos hablar, al igual que evadíamos todo aquello que estuviera relacionado con las noches en que me veía obligada a tener intimidad con Gerardo, pues a pesar de que esa era una parte fundamental de nuestro plan, no era algo que me enorgulleciera hacer ni mucho menos algo de lo que a César le encantara hablar, un aspecto de mi vida que cada vez resultaba más difícil, pues mi esposo por aquellos días se mostraba muy reticente a estar conmigo, llevándome al extremo de tener que suplicarle que tuviéramos sexo, algo que por suerte no duraba más de un par de minutos en los que Gerardo lo hacía únicamente para que dejara de molestarlo antes de quedarse dormido.

Esa fue la vida que llevamos durante algunos meses después de que nuestro plan se pusiera en marcha, una forma de vivir que en realidad no nos hacía plenamente felices ni a mi hijo ni a mí, pero que se vio drásticamente alterada a partir de aquella memorable fecha en que todo comenzó a ocurrir conforme a lo que teníamos planeado.

- ¿Compraste la prueba? - preguntó mi hijo una tarde tras haber regresado de la escuela, mostrándose ansioso ante las probabilidades que suponía la aplicación de aquel test.

- Sí, pero no quise hacerlo hasta que llegaras, no quería estar sola cuando... - me detuve, sintiendo esa molesta sensación en la boca del estómago, recordando lo que había ocurrido en las anteriores ocasiones en que lo intentamos - César ¿Crees que en esta ocasión...? - pregunté, víctima de la desesperación que crecía semana a semana, tras cada vez que aquella tarea nos dejó tristes y decepcionados.

- Sí, estoy seguro, no podría ser de otra forma, no hemos dejado de intentarlo - contestó, tratando de mostrarse seguro de sus palabras, a pesar de que su mirada distraída y la desilusión que expresaba con cada parte de su cuerpo no correspondieran con lo que decía.

Suspiré sabiendo que había llegado el momento de enfrentarme una vez más a esa prueba, sintiendo el estómago revuelto al recordar nuestros anteriores intentos fallidos, un hecho que me helaba la sangre al pensar en que, de no lograrlo, tarde o temprano mi marido me dejaría y con ello cambiaría radicalmente nuestras vidas.

Sin querer prolongar más la tortuosa espera, entré en el baño e hice lo que tenía que hacer mientras mi hijo se quedaba en el pasillo, de la misma manera como ya lo había hecho en las ocasiones anteriores, hasta que me reuní con él y tomados de la mano nos dirigimos a su habitación para luego sentarnos en su cama y dejar que el tiempo pasara en silencio, esperando a que se consumieran los minutos necesarios para ver el resultado, ansiosos por saber si finalmente nuestros esfuerzos habían dado frutos

- Ya es hora - indicó César después de exhalar un gran suspiro, mientras observaba nervioso el reloj en su muñeca, antes de que nos miráramos a los ojos, con los nervios alterados, sintiendo el violento palpitar de nuestros corazones.

Mis manos tomaron la prueba y la miré, experimentando nuevamente un vuelco en el estómago que precedió al llanto en el que exploté y la sensación de los brazos de mi hijo envolviendo mi cuerpo, mientras besaba mi frente y yo me acurrucaba en su calor, siendo por algunos segundos incapaz de decir una sola palabra, de tener siquiera la intención de apartarme de mi hombre, hasta que una vez más nos miramos a los ojos, sonrientes, rebosantes de alegría.

Adriana: lecciones de amor con mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora