Capítulo 3

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- ¿Cómo te fue en el trabajo? - le pregunté a mi esposo mientras le servía la cena, una pregunta que le hacía todas las noches en un intento de conversar con él, de recuperar un poco de la conexión que un día tuvimos, pero que justamente en esa ocasión, solamente la hice por costumbre, pues en realidad no me interesaba su respuesta dada mi incapacidad de abandonar los confusos pensamientos que atormentaban mi cabeza y detener con ello los sentimientos de culpa que experimentaba después de lo que ocurrió con César.

- Bien - contestó de forma seca y cortante, sin prestarme la menor importancia ni dejar de mirar la pantalla de su celular, dándome la pauta para dejar de hablar y limitarme únicamente a servirle la comida, mientras mis propias ideas me atormentaban durante el proceso de atenderlo, hasta que mi presencia en la cocina dejó de tener sentido.

- Me voy a duchar, buen provecho - dije, una vez que comenzó a comer, mientras me encaminaba a la salida de aquella habitación, obteniendo como respuesta un desinteresado encogimiento de hombros, un gesto que no fue acompañado por su mirada ni tampoco por alguna clase de esfuerzo en fingir un poco del interés que ya no sentía por mí.

Tras salir de la cocina, caminé por la casa en dirección de mi alcoba, respirando profundamente para tratar de controlar lo que el trato de Gerardo me provocaba, pues después de la pelea que tuvimos en el carro, me resultaba difícil no sentirme como una trabajadora de servicio en el interior de aquella casa.

Entré en mi habitación con el ánimo algo decaído y una sensación generalizada de fatiga, con la intención de desnudarme y ponerme mi bata de baño, dispuesta a relajarme un poco con una ducha de agua caliente, sin embargo, antes de salir de mi cuarto vi en un rincón de la recámara la ropa que Gerardo se acababa de quitar y decidí recogerla para llevarla al cesto de la ropa sucia que se encontraba justamente en el baño al que yo me dirigía.

Un vacío muy doloroso se formó en mi estomago mientras levantaba su ropa, una sensación horrible que fue provocada por la imagen de las manchas de labial rojo que había en su camisa, algo que me llevó a oler el perfume que esa prenda tenía impregnado, obligándome a sentir cómo mi boca temblaba y un nudo se formaba en mi garganta, teniendo al fin en mis manos la prueba de que Gerardo me estaba siendo infiel, pero ¿Acaso había algo que yo pudiera hacer con ello? ¿Cambiaba en algo mi situación al saber que me estaba engañando, que se estaba cogiendo a otra mujer? No, no lo hacía, por el contrario, el tener esa evidencia en mis manos solamente lo empeoraba todo, pues me hacía sentir aún más humillada y degradada.

Con la ropa de mi esposo entre mis brazos y siendo incapaz de controlar mi estado emocional, me senté a la orilla de la cama contemplando de pronto mi vida, sabiendo que me había reducido a una mujer que permitiría esa clase de humillación, que no diría nada ante el miedo de no tener forma de mantener a mi hijo y brindarle una buena educación, sin embargo, en aquel momento en que sentía cómo se partía mi corazón, el pensar en César no logró menoscabar la decepción que experimenté ante la traición de Gerardo, sin poder dejar de pensar en que esa misma situación fue la que vivió su anterior esposa, cuando yo ocupaba el papel de su amante ¿Cómo pude haber esperado que las cosas fueran distintas conmigo? Ahora me doy cuenta de que resultaba ridículo el solo imaginarlo.

Sin tener nada más que hacer y limpiándome las lágrimas que humedecieron mis mejillas, salí de la habitación y me fui a refugiar al baño, dejando la ropa sucia en el cesto para luego desnudarme, abrir las llaves y tomarme un momento para contemplar la caída del agua, recordando lo que viví con mi esposo cuando era su amante, la forma como aprovechaba hasta la más mínima oportunidad para coger conmigo en la oficina, el baño o incluso en el auto cuando me iba a dejar a casa o al estar en algún estacionamiento tras haber tenido una cita; no pude evitar pensar que de alguna manera me lo merecía, pues lo que estaba recibiendo no era otra cosa que el mismo dolor que yo provoqué en el corazón de otra mujer, tras haber pasado decenas de noches con un hombre casado entre mis piernas.

Adriana: lecciones de amor con mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora