Capítulo 2

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Me desperté por la mañana del lunes, sin haber podido alejar de mis sueños las escenas que me mostraban lo que podría pasar si seguía con el plan que había trazado para mi hijo; en cuanto mis ojos se abrieron y mis sentidos poco a poco se adaptaron al entorno, paulatinamente me fui dando cuenta del estado en que se encontraba cada parte de mi cuerpo, notando de pronto que mi pijama se estaba mojada por una inusual cantidad de sudor, que mi entrepierna aún estaba humedecida y que experimentaba una generalizada e inusualmente intensa sensación de fatiga.

Respiré profundamente, resignada ante el hecho de que no podría alejar de mi cabeza los pensamientos que tenía con respecto de mi hijo, antes de levantarme de la cama y mientras Gerardo se bañaba, preparándose para ir a trabajar, algo que en aquella mañana me tenía completamente sin cuidado, de la misma forma en que me había dejado de importar lo relacionado con el viaje que haría el siguiente fin de semana, un evento que a la luz de lo que estaba por pasar con César, careciera por completo de relevancia.

Era tan absorbente la ansiedad que tenía y estaba tan absorta en los pensamientos que giraban en torno de mi hijo, que ni siquiera recuerdo muy bien qué fue lo que pasó en los minutos que siguieron al momento en que abandoné mi recámara y me dirigí a la cocina, solo recuerdo haber repasado mis ensoñaciones una y otra vez, haberme sentido muy extraña y avergonzada ante esa clase de pensamientos e incluso experimentar de nuevo el calor que contagiaba mi cuerpo mientras revivía esa sensual experiencia onírica, sintiendo la humedad que invadía mi entrepierna al ser incapaz de pensar en otra cosa que no fuera mi hijo y lo que había hecho conmigo en mis sueños.

Mi esposo bajó a desayunar como cada mañana, sin decir nada más allá de buenos días, comer apresurado y marcharse tan rápido como pudo de cocina, como si le hiciera daño estar conmigo o lo hiciera sentirse enfermo, mientras yo trataba de descubrir la forma más conveniente de iniciar las lecciones que le daría a César, tratando de encontrar una forma en la que nuestras interacciones avanzaran de una manera gradual y poco agresiva, despertando de mis elucubraciones solamente hasta que escuché la puerta de la casa cerrándose después de que mi marido saliera por ella, un momento en el cual entendí que me encontraba a solas con mi hijo, en el que un dolor en el estómago me atacó súbitamente y me obligó a sentarme en una silla, tratando de controlar mi respiración para no experimentar un ataque de pánico, dejando que los minutos pasaran de esa forma mientras asimilaba a marchas forzadas la situación tan complicada y peculiar que experimentaba, donde tenía que enfrentar las necesidades de mi hijo contra todo lo que me decía que hacerlo estaba mal, incluso contra los sentimientos que me advertían que después de que la barrera de lo sexual se rompiera entre nosotros, nada volvería a ser igual.

Por fortuna mi hijo no se apareció en la cocina durante varias horas, las mismas en que tardó en despertar, un intervalo de tiempo en el que logré recomponerme y hacer que todo aquello dejara de molestarme tanto, distrayendo mi atención al ocuparme con diversas tareas del hogar, hasta que escuché los pasos de César al salir de su habitación y luego dirigirse a la cocina.

- Hola, Ma - saludó segundos después mientras se acercaba a mí y besaba mi mejilla, un gesto al que, si bien estaba acostumbrada, en esa mañana y después de todo lo que soñé, adquirió un valor diferente, provocando que me estremeciera, que mi piel se erizara y todo mi cuerpo recibiera una oleada de cosquilleos, una reacción muy intensa e inusual que traté de disimular ante el temor de que mi hijo se diera cuenta de la forma como estaba reaccionando ante su presencia y su natural manera de saludarme.

- Hola, cariño, ¿Qué quieres desayunar? - pregunté, nerviosa, evadiendo la mirada de mi hijo mientras él se sentaba a la mesa, algo que hizo después de golpear accidentalmente la silla, delatando con ello el hecho de que él también se encontraba nervioso, a pesar de sus intentos por fingir que aquel era un día como cualquier otro.

Adriana: lecciones de amor con mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora