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Xiao Zhan, con su piel cansada y ojerosa, se revolvió en la cama. El insomnio lo había atormentado durante semanas, y su rostro reflejaba el agotamiento. Como si la vida no fuera lo suficientemente complicada, su piel también había decidido rebelarse, dejándolo con manchas y granitos.

En medio de su sueño intranquilo, un sonido estridente lo sacó de su letargo. Se incorporó de golpe, el corazón latiendo con fuerza. ¿Qué demonios estaba pasando? La oscuridad de la habitación solo se veía interrumpida por la tenue luz del Sol que se filtraba por las ranuras de las persianas. 

Se levantó de la cama y siguió el ruido hasta la cocina. Allí, encontró a Ji Li y Wang Zhou Cheng, ambos con expresiones culpables. El suelo estaba cubierto de cristales rotos, y un vaso hecho añicos yacía en el suelo.

—¿Qué diablos están haciendo? —murmuró Xiao Zhan, frotándose los ojos.

—Lo siento, Xiao Zhan —dijo Ji Li, su voz apenas un susurro—. Estábamos tratando de encontrar un recipiente para el agua y… bueno, simplemente se rompió.

Wang Zhou Cheng asintió, con los ojos muy abiertos. —Fue un accidente, de verdad. No queríamos despertarte.

Xiao Zhan suspiró. Estaba demasiado cansado para enojarse. —Está bien, chicos. Pero ¿por qué estabais buscando un vaso de agua a estas horas?

—Es que… —Ji Li miró hacia la puerta de entrada, pues algo o alguien la acababa de golpear. 

—¡¿Xiao Zhan?! ¡Soy la señora Cho!

Xiao Zhan frunció el ceño. La señora Cho era una mujer mayor, amable pero un poco entrometida. Vivía en el apartamento de al lado y siempre estaba al tanto de todo lo que sucedía en el edificio.

El menor suspiró y con un gesto envió a los hermanos con Song Ji Yang. Quiso tener cuidado con los cristales, pero uno de ellos se incrustó en su pie malo. Quiso gemir de dolor, pero prefirió callarse. Con coger el esparadrapo y un poco de cinta, todo se arreglaría.

Después de haber cogido esos dos elementos se frotó los ojos y fue a abrir la puerta. La señora Cho, su vecina de al lado, estaba allí, con una sonrisa preocupada en su rostro arrugado.

—¡Xiao Zhan! —exclamó—. ¿Dónde has estado? Te he echado de menos. Pensé que algo malo te había sucedido. Además, ¿escuchaste el ruido? Debes de tener más cuidado.

Xiao Zhan se sintió abrumado por la regañina y la amabilidad de la señora Cho. —He estado ocupado, señora Cho. No se preocupe por mí. También, disculpe por el ruido. 

Pero la señora Cho no parecía dispuesta a dejarlo ir tan fácilmente. Observó el pie de Xiao Zhan, que cojeaba ligeramente, y notó que escondía algo a sus espaldas.

—¿Qué tienes ahí, Xiao Zhan? —preguntó, señalando hacia su espalda.

Xiao Zhan se sintió atrapado. —Es solo un pequeño corte. Nada importante.

La señora Cho frunció el ceño. —No me mientas, joven. Sé que estás escondiendo algo. Ven, déjame ver.

Xiao Zhan suspiró y mostró el paquete de vendas que sostenía. —Me corté el pie con los cristales rotos del vaso. No quería molestar a nadie.

La señora Cho asintió con aprobación. —Debes cuidarte, Xiao Zhan. Aunque tal vez esto te ayude. Hay una clínica en las afueras de la ciudad. Es difícil de encontrar, pero sus médicos son excelentes. Además, tus datos estarán completamente protegidos.

Xiao Zhan estaba sorprendido. —¿Cómo sabes todo esto, señora Cho?

La señora Cho guiñó un ojo. —Tengo mis contactos. Ahora ve y cuídate. Y no dejes que caigan más vasos.

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