Introducción

56 12 4
                                    

—Eres un puto —murmuró Rafa cuando Ramón se marchó—, un pinche puto desvergonzado.

Le miré un momento, incrédulo ante lo que me decía, aquellas palabras hirientes que escupía, envenenadas de ignorancia y rencor. Era la primera vez que me hablaba desde lo ocurrido con Ramón hacía semanas atrás.

—No quiero volver a golpearte, quítate de mi camino. Iré a recoger mis cosas y me iré.

—Yo no crie maricones —Mi padre se apareció de repente con un gesto de decepción en el rostro.

—Me voy a ir —atiné en decir, caminando por el pasillo, dispuesto a recoger mis cosas. Pero en el acto fue mi padre quien me hizo retroceder, propinándome un golpe en el rostro.

Sentí mi corazón bombear con fuerza cuando me llevé la mano a la cara al sentirla caliente. Estaba atónito, aunque era lo que había imaginado al tratarse de mi padre.

—Yo no crie maricones —repitió, volviendo a golpearme con toda la fuerza de su decepción—, si vas a salir de esta casa será con los pies por delante, muerto. Prefiero un hijo muerto a un marica.

—Solo tomaré mis cosas, no tienes por qué volverme a ver —le dije, sintiendo un nudo apretándome la garganta.

Mi padre negó con la cabeza, y fue cuando noté que tenía los ojos acuosos y las venas de las sienes saltadas. También tenía el semblante salpicado de sudor y teñido de rojo.

—Acabas de arruinar todo —murmuró, mirándome a los ojos—, ¿te das cuenta de que acabas de echar a perder toda tu vida? ¡¿Te das cuenta?! —gritó enardecido y luego me golpeó dos veces más hasta hacerme sangrar del labio.

—No he arruinado nada, sigo siendo el mismo —afirmé, llevándome el dorso de la mano a la herida—, nada tiene por qué cambiar.

—¡Eres un puto! —gritó histérico, golpeándome una vez más—, ¡pelea conmigo, maldito marica! —me incitó, metiéndome un empujón con fuerza—, ¡pégame como le pegaste a tu hermano! ¡Y todo por defender a otro maricón!

—Papá... —Mi hermano intentó intervenir, acercándose un poco, pero mi padre le empujó y él retrocedió con los ojos vidriosos.

—¡Yo no crie maricones, Sergio Ismael! ¡Pelea como un hombre!

—¡No voy a pegarte!

—¡¿Se te cayeron los huevos?! ¡¿Ya no eres hombre o qué?!

Rafael empezó a llorar por lo bajo, sorbiendo por la nariz cada tanto. Tosí un poco cuando sentí el sabor metálico de mi sangre en mi saliva. Tenía el pensamiento nublado para entonces, no podía pensar con claridad. Solo deseaba recoger mi mochila y las llaves de mi auto para irme de casa.

Alguna vez había imaginado la escena y me dio cierto pesar comprobar que no me había equivocado en mucho cuando imaginé que salía del armario frente a mi familia. Sabía que mi padre no lo comprendería y que iba a golpearme, pero tenía la esperanza puesta en Rafael, porque pensaba que mi hermano era distinto a lo que había resultado ser.

—Deja que se vaya mejor —sugirió Rafa cuando mi padre empezó a golpearme con violencia, haciéndome retroceder por la fuerza que seguía conservando—, ¡ya, papi, deja que se vaya! —chilló cuando me vio escupir sangre al piso, apoyando ligeramente mi espalda contra la pared.

No iba a golpear a mi padre, no era capaz de cometer dicho pecado. Tampoco culpaba a Rafael por haberme incriminado, él no tenía la culpa de haberse criado en un ambiente machista y homofóbico. Los dos habíamos crecido oyendo chistes de mal gusto y hasta ofensas que mi padre les hacía a los pocos gays que se habían acercado a nuestro gimnasio en un par de ocasiones.

Alguien Digno De Mí: Libro 2 [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora