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Antes de la pelea de Joel, y después de haberle insistido mucho para que me atendiera las llamadas, mi hermano accedió a reunirse conmigo en una pequeña cafetería muy cercana al gimnasio González. Cuando llegó se quedó algunos segundos en el umbral de la puerta, mirando en mi dirección con el semblante desencajado; yo le había sonreído, o eso intenté luego de saludarle con un movimiento afirmativo de cabeza. Entonces fue que se decidió a romper la distancia y rápido se halló sentado frente a mí, con el rostro metido en la carta del menú. Era evidente que continuaba con aquella actitud infantil, pero de Rafa no esperaba menos.

—¿Cómo han estado?

—Todo bien —dijo reseco, sin apartar sus ojos del menú.

Una mesera se acercó a nosotros y yo le pedí un café negro y sin azúcar. Mi hermano pidió un capuchino y una dona de chocolate. Una vez que la chica se apartó de nuestra mesa, Rafael perdió aquella amable sonrisa y me miró a los ojos completamente serio.

—Te mandé llamar porque necesito que dejes de hablar mal de mí —Fui directo al grano cuando me percaté de que él no estaba dispuesto a sostener una charla informal conmigo.

Rafael se cruzó de brazos al tiempo que fruncía el ceño.

—¿De qué hablas? Yo no he dicho nada «malo» de ti —enfatizó con una sonrisa burlesca—; a menos que tú pienses que ser como eres sea algo malo.

—No te estás expresando correctamente con los otros. Oskar me ha dicho la manera en la que me has llamado —aclaré, omitiendo la palabra «puto»—; además no te corresponde andarlo diciendo a ti.

—¿Y qué les digo cuando me pregunten el porqué de tu retiro del González? ¿Crees que voy a andar mintiendo solo para salvar tu pellejo? —inquirió molesto, mirándome ceñudo—. En eso hubieras pensado antes de todo el drama que hiciste por ese hijo de... —Se calló cuando me vio levantar el mentón de un modo amenazante—, debiste pensar en las consecuencias de tus actos luego de haber movido la piedra.

—No me importa que lo sepan Joel y Oskar, pero no quiero que se empiece a correr la voz —declaré.

La mesera regresó con nuestros pedidos y se tomó su tiempo para dejarlos sobre la mesa. Rafael volvió a sonreírle a la chica mientras que yo me limité a darle las gracias por su atención. Cuando ella se marchó, mi hermano mordió su dona y luego le dio un trago a su bebida, con la mirada atenta a la ventana, mirando hacia la calle.

—No creas que se me llena el pecho de orgullo —murmuró—; yo solo soy una víctima más de tus decisiones.

Me reí sin poder contenerme.

—¿Y yo soy el que hace los dramas? —ironicé, ganándome una mirada de enojo—, vamos, en este cuento no hay víctimas, Rafael... Las cosas simplemente salieron a la luz; un día tenían que emerger y ya.

Le di un trago a mi café, mirándole con atención. No pude evitar sonreír enternecido al notar el enorme parecido que tenía con mamá. Él me miró con cierta incomodidad, mas no dijo nada. Al contrario, continuó comiendo con aparente tranquilidad.

» ¿Necesitas dinero para la universidad?

—Aun si lo necesitase, no lo recibiría de ti —espetó.

—¿Te da vergüenza el dinero gay? —bromeé para restarle peso al asunto, pero Rafa ni se inmutó ante mi chiste—. ¿Cómo te está yendo en las clases?

—Bien.

—¿Cómo está papá?

Entonces volteó a verme furibundo. Su rostro enrojeció y sus labios temblaron ligeramente.

Alguien Digno De Mí: Libro 2 [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora