Capítulo 2: Sangre maldita

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Bosque de Beli, Saturno

Los oídos de la princesa de Neptuno se taparon y como si estuviese debajo del agua, los sonidos a su alrededor se hicieron más confusos y lejanos. Finalmente, la lucha había terminado cuando su vista comenzó a nublarse y dejó de sentir su propio cuerpo.

—Princesa... —la llamó el joven de largo y desprolijo cabello negro que pasaba de sus hombros.

Michiru quería hablar, pero tenía la boca seca. El dolor punzante en su cabeza le dificultaba abrir los ojos y percibió un fuerte olor a hierbas y tierra mojada.

—Llamaré al sanador —escuchó decir a una mujer desconocida detrás de ella.

Miró a su lado y trató de sentarse, pero no lo logró, así que permaneció apoyada sobre sus codos para poder beber el agua que le ofreció el joven a su lado.

—¿Qué pasó, Cardan? —preguntó y le devolvió el vaso. Ella solía llamarlo por su apellido cuando estaban a solas.

—Te desvaneciste cuando la lucha terminó —le contó sin dejar de mirarla. Estaba pálido y ya no llevaba puesta su armadura.

—Maldición... —soltó un suspiro y se dejó caer sobre las mantas que usaron para improvisar una cama—Usé más energía planetaria de la debida. Si no tuviera este cuerpo, si no tuviera esta maldita sangre...

—Superaste tu límite. Sería bueno que regresáramos a casa mañana al amanecer. —sugirió él y le retiró el vaso vacío, al mismo tiempo que acarició lentamente la mano de Michiru.

Ella bajó la mirada y no correspondió su muestra de afecto, pero tampoco alejó su mano.

La lona de la carpa se sacudió y una joven de largo cabello rubio peinado en una trenza, ingresó acompañada por un hombre de mediana edad, quien llevaba consigo un enorme bolso oscuro en la espalda.

Cardan se alejó para darle espacio al sanador.

—Por favor, esperen afuera mientras la reviso —pidió él y tanto la mujer como el capitán se retiraron.

—Disculpe ¿usted? —Michiru no sabía cómo preguntarlo para no ofenderlo— Lo siento, no recuerdo haberlo visto antes.

El hombre curvó sus labios en una sonrisa gentil y se sentó frente a la cama, sobre un tronco cortado que improvisaron como silla— Mi nombre es Esculapio Versalis, sanador real de la familia Caelux de Urano— los ojos de Michiru se abrieron con sorpresa al escuchar aquello último—. Te he inyectado un poco de suero de asteria para ayudarte a restaurar tu energía planetaria y retiré la flecha de tu hombro.

—¿Asteria? ¿la hierba sagrada?

—Sí, usted pertenece a una de las diez familias reales, por lo cual no hay problema con que la use —explicó al notar la preocupación en el rostro de su paciente.

Instintivamente, ella miró la herida y vio que estaba vendada. Pensó que si su padre estuviera allí la hubiera castigado por hacer uso de aquella medicina sagrada, ya que sólo podía utilizarla su hermana mayor, la verdadera princesa. Intentó apartar aquel pensamiento fugaz y entonces notó que sólo llevaba puesto el corsé que usaba debajo de la camisa, la cual no tenía puesta. Inhalo aire con sorpresa y se cubrió hasta el cuello con la manta.

—No tiene que preocuparse, alteza. Fue nuestra princesa quien se encargó de quitar su armadura y su camisa. Yo sólo traté su herida y le inyecté el suero de asteria —explicó el sanador con calma al verla avergonzada. El anciano sonrió con serenidad y aquello le dio confianza.

—La mujer de recién ¿ella es la princesa?

—Así es, ella es la princesa Haruka Caelux de Urano —asintió el sanador mientras sacaba de su bolso un instrumento con forma de reloj circular, que contenía varias ajugas de diferente diámetro y colores que giraban en direcciones diferente. Michiru lo reconoció y supo que servía para controlar los signos vitales.

Lazos lunares de plata y cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora