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Había perdido la cuenta de que vida era esta.

¿La 150? ¿La 200?

Para ser honesta, perdió la cuenta una vez que empezó su vida como Cha Siyeon. Había tenido la estúpida fantasía de que por fin sería feliz. Que los dioses se habían compadecido de ella y le habían dado por fin un descanso.

Después de todo, había reencarnado en otro mundo, con otro nombre.

Nada de esa nueva vida tenía algo que ver con Eorka, con lor Eckhart, con Yvonne.

¡Por Dios!

Nada la involucraba con esa vida.

Pero aquella felicidad se fue por el retrete cuando aquel estúpido juego fue anunciado.

¿Acaso los dioses la odiaban tanto como jugarle esa broma?

Lo compró, solo por curiosidad.

Grave error.

En el momento que lo jugó se condenó.

Su vida en ese nuevo mundo se vino abajo. Su madre, su adorada madre en esa vida murió después de salvarla de un secuestro, su padre y sus hermanos la miraban con odio, recordándole todos los días que había sido su culpa el que su madre falleciera.

Se fue de casa. Se esforzó por salir adelante.

¿Pero que ganó?

Enfermarse de cáncer de estómago, uno del cual no había manera de tratar. Su último recuerdo antes de morir en ese mundo fue el ver a su padre y hermanos llorar mientras le pedían que no se rindiera, pidiendo perdón por todo el daño que le habían hecho.

¡Ja!

Estúpidos.

Se resignó. Solo cerró sus ojos y dejo que su alma fuera llevada al infierno, al paraíso o a donde sea. Ya no le importaba.

Pero vaya broma le jugaron. Aunque la verdad ya se lo esperaba.

Al abrir sus ojos y recobrar la conciencia se vio de nuevo en su mundo. En aquel infierno que alguna vez llamó tímidamente su hogar.

Estaba de nuevo en la que fue su habitación tantas veces. Con Emily, esa sirvienta tonta que le pinchaba los brazos con las agujas, además de aquella comida podrida que estaba frente a sus ojos.

Miró a la chica frente suyo, la cual le daba una mirada arrogante. Pero después de tantas vidas, aquella chica tonta, a la cual podían intimidar a su antojo, había quedado en el olvido, ahora sería una completa perra.

- Llévate esto y tráeme algo de comer. Algo que sea comestible. — ordenó con voz fría como el hielo.

Emily se quedó helada en su sitio. Aturdida de escuchar la voz de aquella chica.

¿Le había ordenado?

Aquella princesa falsa siempre había bajado la mirada y se comía su comida, aunque hacía muecas y lloraba, se lo comía con tal de no ser castigada por el primer joven maestro.

- ¿Acaso no me escuchaste? — se puso de pie. — He dicho que me traigas algo que sea comestible.

Al decir aquello, dio un golpe en la mesa, causando que los cubiertos cayeran. Aquel sonido atrajo a los de fuera, principalmente a un pelirosa que pasaba por ahí, quien, curioso entró en la habitación, dispuesto a pelear con aquella bastarda falsa, consiguiendo así que la castiguen. Cuando entró en la habitación, miró a su hermanastra, quien estaba de pie, con una mirada que te helaba la sangre. Miró a la mesa y frunció el ceño.

¿Eso era comida?

Arrugó la nariz al sentir el nauseabundo aroma que venía de aquellos platos.

- ¿Qué sucede? Deja de hacer un escándalo.

- ¿Escándalo? Solo le estoy diciendo que me traiga algo que sea comestible, no está basura. Ni siquiera el que cuida la caballeriza come esto.

Aquellas palabras salieron disparadas como dagas, apuñalado la conciencia de Emily.

¿Hizo mal?

Pero era lo que la jefa de sirvientas había dicho.

Emily no pudo decir algo para defenderse. Se había quedado como una estatua con la mirada agachada.

Reynolds miró a las dos, después a la comida.

- Llévate esa mierda, ni siquiera los perros lo comerían y tráeme algo decente de comer.

Después de decirlo, Emily salió casi huyendo de la habitación, con la bandeja de comida intacta, controlando las ganas de vomitar al sentir el aroma.

¡Era tan asqueroso!

Penélope quedó en su habitación en compañía de Reynolds, quien la miraba con el ceño fruncido. Era un silencio de lo más incómodo.

- Joven maestro, ¿Tiene algo que decirme?

Penélope se sentó de nuevo, jugando con la servilleta, sintiendo la mirada de su hermano sobre su persona.

- ¿Desde cuándo?

- ¿Esto? Pregunté usted mismo a los involucrados, yo no tengo el por qué decirle. Y si no tiene nada más que decir, le pido que se vaya.

Penélope sintió su corazón estrujarse. ¡Mierda!

No importa cuántas vidas sean, ella siempre anhelara el cariño de su hermano. Después de todo, si no recordaba mal, fueron unas 30 veces al menos, en qué pudo sentir el cariño y la protección de su hermano mayor.

Pero como siempre, esa perra de Leila arruinó todo. ¿Acaso lograría tener su cariño en esta vida?

Reynolds abandonó la habitación al sentir la mirada desolada y llena de anhelo que daba Penélope. Por alguna razón, su corazón se rompió. Sentía como si miles de agujas fueran enterradas, así como algo dentro suyo le decía que dejara de ser tan idiota.

Todo era extraño.

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