Capítulo III

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UNA NOCHE EN EL PANTANO

El lunes, fui a clases. Solo quedaba una semana para que llegaran las vacaciones. Había tratado de no pensar mucho en el incidente que pasó el sábado.

Después de que salí del instituto pasé por el Rides antes de llegar a casa para comprar un par de magdalenas. Las ordené y me di la vuelta para sentarme a esperar.

-¡Aphilia! -alguien llamó detrás de mi.

-Ah, ¡hola! -respondí.

-¿Qué tal? ¿Cómo has estado estos días? -preguntó Zion.

Supuse que se refería a lo del sábado, no quise preocuparlo así que respondí -Mejor. ¿Tú?

-Todo bien, ya sabes, nunca suelto el lápiz... -dijo mirando su cuaderno de dibujos que tenía en las manos y agregó -Oye, ¿tienes algo qué hacer ahora?

-No, la verdad no. Solo pasé por unas magdalenas y me iba.

-Ya... ¿Entonces quieres ir al mirador? Ya sé que debí avisarte antes o algo, pero no tenía tu número. Y... -no terminó la oración.

Le arrebaté el cuaderno de las manos con delicadeza y saqué un bolígrafo de mi mochila. Escribí mi número en una esquina.

-Bien, eso ya no será un problema. Llámame cuando quieras.

-Dalo por hecho -dijo. -Entonces, ¿vamos? -preguntó mirándome a los ojos.

-Supongo que sí -respondí. El sonrió.

Esperamos las magdalenas y fuimos al mirador.

Al llegar al lugar, nos sentamos en un banco con vistas espectaculares pero, Zion insistió que había un lugar mejor, así que me dejé guiar por él hasta que llegamos a una parte más alta del mirador, subimos con cuidado.

Cuando me percaté, desde donde estábamos podía verse perfectamente toda la ciudad de Greenfhel. Me quedé quieta. Observé todo con tranquilidad, el cielo estaba despejado, estaba casi sin nubes.

-¿A qué tenía razón sobre que este lugar era mejor? -Zion rompió el silencio.

-Sí, definitivamente. -Lo miré. Pero él estaba concentrado en el paisaje.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo con tonos cálidos y dorados. Era un momento perfecto, como si estuviese sacado de una postal.

-¿Por qué crees que hay tanto sufrimiento y dolor en el mundo? -soltó mirándome a los ojos.

-¿Por qué a veces parece que la vida es sinónimo de sufrimiento? -respondí con otra pregunta.

-No lo sé. Es curioso ¿verdad? cuando se supone que la vida está para disfrutarla. Supongo que es así. Que la vida es así. Nadie tiene la respuesta a eso aún. O al menos, no en ningún libro que yo haya leído.

-Supongo que simplemente hay cosas que nunca podremos responder. Que solo podemos limitarnos a aceptarlas ¿no? -dije con voz baja mientras nos sentamos el uno al lado del otro.

-Supongo que sí. -dijo él casi en susurro.

Hablamos durante horas, sobre todo tipo de cosas.

Cada vez me parecía menos creíble que nos acabábamos de conocer en un pequeño restaurante. Con él las cosas siempre parecían que nos conocíamos de toda la vida. Y no lo digo porque creo que empezaba a sentir cosas por él, si no porque la conexión que teníamos era casi inexplicable. No creo que ni yo misma o que incluso él pudiera describirla.

Con el pasar de las horas, el cielo oscureció gradualmente y las luces de la ciudad comenzaron a encenderse una a una como si fuese un espectáculo de reflectores. Nos quedamos allí, absortos en el momento y en la compañía del otro, hasta que finalmente el frío de la noche nos hizo levantarnos y regresar a casa.

Nos despedimos en la entrada del mirador. Y empecé caminar hasta casa. En un momento, me distraje con la agitación de los árboles. Pero seguí caminando.

Me adentré en el bosque. Apenas podía ver el camino. Sentí una rama rozarme el hombro, instintivamente puse mi mano sobre la herida. La sentí húmeda. Supe qué estaba sangrando.

Empecé a caminar más rápido. Mis pisadas se escuchaban cada vez más fuertes por el silencio del bosque. Sentía que iba a despertar a algún animal que estuviera por ahí pero, para mi sorpresa no fue así.

Salí del bosque y llegué a la avenida. Crucé sin mirar. Estaba demasiado apurada como para pensar bien. Solo quería llegar a casa.

Cuando por fin llegué, me di cuenta que no tenía las llaves. Habían reparado la puerta que estaba tumbada y se me olvidó pedir las llaves. La ventana estaba cerrada, así que me quedé afuera.

Toda la noche. 

LOS TARDES SÍ EXISTEN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora