Capítulo II

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UNA NOCHE LLUVIOSA

Pasaron tres semanas. Me había visto con Zion en el Rides después de que nos conocimos, casi todas las tardes después de que salía del instituto. También había asistido al teatro con él. Dijo que no era mucho de su agrado y que no le gustaban esas cosas porque creía que las presentaciones eran un tanto dramáticas, pero al final conseguí convencerlo. 

-¿Cómo dices que se llama esta obra? ¿El sueño de quién? -preguntó atolondrado. 

-Sueño de una Noche de Verano -respondí mirando al frente. 

-De William Shakespeare -replicó pensativo. 

Lo miré de reojo pero él me miró directo a los ojos. Su mirada era tan intensa que por un segundo pensé que podía leerme los pensamientos. 

Si seguía mirándome así iba a ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Sentí como me ruborizaba y sentí vergüenza por no poder controlarme. 

-¿Qué pasa bonita, te pongo nerviosa?

Me puse roja. No supe que decir.

-Este... Estoy bien es solo que tengo calor -mentí. 

-Ya... ¿Quieres salir a tomar aire?

-No, no. Esperemos a que termine la función.


***


Era viernes, pero no fui a clases porque me sentía un poco jodida de la garganta. No pensé que fuera necesario enviar alguna excusa al instituto porque solo faltaría ese día.

Dormí casi todo el día. Cuando me levanté no hice más que leer. No tenía nada que hacer. No tenía padres ni familia y probablemente tampoco tenía amigos verdaderos. No tenía nada más que una pequeña casa y los libros que había dejado mi padre. Ya los había leído todos y cada uno de ellos, al menos dos veces. 

Eran casi las cinco de la tarde cuando decidí levantarme del escritorio para ir a dar un paseo. Antes de salir, preparé un sándwich y serví jugo de chinola en una botella para llévarmelo conmigo. 

Salí de casa, no sabía a donde iba. Solo sabía que caminaría hasta que llegara a un sitio tranquilo para almorzar. 

Aunque eso era más cena que almuerzo. 

Llegué hasta un parque que estaba en frente de una iglesia. Me senté en  uno de los bancos. Había caminado quince minutos para llegar allí. Saqué el sándwich del envoltorio de aluminio que le había puesto y le di una mordida. Intenté disfrutar aquel momento. Como me había repetido Zion unas cuantas veces.

Hay que disfrutar las pequeñas cosas, aquellas que pensamos que son insignificantes. Porque con el tiempo te das cuenta, que esas, son las que verdaderamente nos dan vida. 

Sus palabras se repetían en mi mente mientras saboreaba el pan. 

Algo estaba cambiando en mi desde la primera vez que nos vimos. No sabía que era, pero estaba segura de que algo me pasaba. Lo conocía hace un par de semanas y sentía que había pasado un año. 

LOS TARDES SÍ EXISTEN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora