i. belo horizonte

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—mararía
( BELO HORIZONTE. )

.⋆☾⋆.

      La estación de tren de Belo Horizonte se sumergía en la penumbra de la noche, despidiéndose del crepúsculo anaranjado. La oscuridad se extendió con sus largos dedos, alcanzando hasta el más mínimo recoveco de la estación. El humo se abría paso en la noche, anunciado la llegada de un nuevo tren al andén. Y con él, una mujer hundida en en las sombras contemplaba el que sería su nuevo hogar.

    Su pecho se movía errático, buscando oxígeno donde solo había humo. No estaba tranquila. Aunque el velo le tapara la cara, aunque nadie conociera su nombre, aunque fuera invisible para todas las personas en aquel vagón. Su cuerpo estaba tenso como un mástil, sus manos aferradas a la maleta con las pocas pertenecías que llevaba.

     La locomotora hizo sonar el silbato en cuánto comenzó a detenerse. La luz moribunda de las lámparas que alumbraban la estación se filtraron a través de las rendijas del techo oxidado del vagón; creando un juego de luces y sombras digno de una pintura barroca.

(...)

  MARÍA HERNÁNDEZ  joven taciturna de manos temblorosas, que mantenía su vista pegada al suelo. Temiendo de los ojos ajenos por ser descubierta. No sabía a dónde iba o qué haría, pero tenía la certeza de que lo único que tenía que hacer era no mirar atrás. No ahora que había llegado tan lejos, que había cruzado mar y tierra para alejarse de todo lo malo.

    El tren llegó a la estación y los pasajeros comenzaron a bajar. María tomó aire, relajó su cuerpo y desapareció entre la multitud de gente, mezclándose con ellos, pero consciente de que sobresalía igual que un pulgar dolorido. Se aventuró por la bulliciosa estación sin fijarse mucho en su alrededor, la vista de los bancos de madera que crujían bajo el peso de los pasajeros cansados que esperaban su tren en silencio, perdidos en sus propios pensamientos, le resultó aún más deprimente. Era solo cuestión de tiempo de que se chocara con algo o alguien.

    Y así fue. Su maleta cayó al suelo con un estruendo que fue acallado por el sonido aún más fuerte del silbato de un tren que partía. Ella no se molestó en mirar a la persona con la que había chocado, lo único que logró discernir entre la oscuridad fue un hábito blanco que llegaba hasta el suelo. Recogió sus cosas velozmente y, con la mirada en el suelo, siguió su camino a paso apresurado. Su cabello ondeaba, dejando una dulce fragancia a flores y salitre tras de ella. El velo que cubría su cabeza impedía que se pudiera ver su rostro, fue tan solo cuando la brisa le golpeó que el extraño con el que había chocado distinguió sus ojos de Luna; delineados de negro y desbordando melancolía. Con el repiqueteo de sus tacones desapareció entre la multitud, siendo las afrodisíacas curvas de su cuerpo lo último que quedó en su memoria, grabado a fuego.

𝗠𝗔𝗥𝗔𝗥𝗜́𝗔 | fray malthusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora